Dios quiere intervenir en nuestras dificultades, y tiene preparadas innumerables y escogidas gracias, pero de ordinario no nos las dará, si no se las pedimos en la oración confiada.
Suele suceder que, como San Pedro cuando caminó sobre las aguas, en los momentos de más miedo o en el tiempo de la prueba, nos olvidamos de mirar hacia donde está la solución. Pedro necesitó casi ahogarse para darse cuenta de que necesitaba a Jesús, y lo invocó, y el Señor fue en su auxilio.
A nosotros también nos sucede a veces que queremos arreglar las cosas por nosotros mismos, o estamos tan temerosos que nos olvidamos de que Dios puede y quiere solucionarnos las cosas, y sólo espera que se lo pidamos, que le llamemos en nuestro socorro.
Por eso la importancia de la oración es tal, que Jesús, siendo Dios, y María, siendo la Madre de Dios, quisieron hacer de la oración lo principal de sus vidas.
¿Y nosotros queremos pasar por este mundo sin rezar, o rezando tan poco que no nos alcanza ni siquiera a obtener las fuerzas y gracias suficientes para mantenernos sin pecar?
Estamos en un grave error, y ahora que tal vez estamos tranquilos, tengamos presente que cuando venga la prueba, lo primero que debemos hacer es acudir a Dios y rogarle insistentemente.