No nos olvidemos del amor.
A veces, preocupados por cumplir los mandamientos y los preceptos de la Iglesia, nos olvidamos del amor. Porque la religión católica es la religión del amor: amor a Dios y amor al prójimo.
Nos puede suceder como a ese levita o a ese sacerdote que pasaron junto al hombre herido por los salteadores, y no lo socorrieron, de tan ocupados que estaban con las “cosas” de Dios. Así también nosotros podemos estar muy enfrascados en “cumplir” las cosas de Dios, y nos olvidamos de la Caridad, del amor a los hermanos y, sobre todo, del amor a Dios.
Entonces de vez en cuando detengámonos un momento en esta carrera alocada y elevemos el pensamiento a Dios, digámosle que lo amamos, y seamos amorosos con los que están cerca de nosotros, y también con los lejanos, porque de lo contrario seremos unos autómatas incapaces de compadecernos y de tener misericordia del prójimo sufriente.
No es que debamos dejar de cumplir los mandamientos y los preceptos de la Iglesia, sino que debemos darle un corazón: el amor, para que todo lo que hagamos tenga valor para el Cielo, y Dios nos mire complacido.
Hagamos el esfuerzo porque Dios espera de nosotros caridad, ya que el fin de la doctrina cristiana es hacer hombres buenos, pero buenos de verdad, a imitación de Dios Padre, que es la Bondad infinita.
Si vamos a la Iglesia frecuentemente y no somos buenos, no dejemos de ir a la Iglesia, sino sigamos yendo y tratemos de hacernos buenos, porque de lo contrario todas las ayudas que Dios nos da para ser buenos, se convertirían en piedras de condenación para nosotros, que no supimos aprovecharlas ni usarlas como era debido.