Matar el error, amar al que yerra.
“Matar el error, amar al que yerra”, así ha dicho San Agustín, y nosotros muchas veces hacemos al revés, queremos matar al que yerra o amar el error.
Hay que tener cuidado con nuestro juicio, porque muchas veces al ver el pecado en otras personas, tenemos la tentación de condenar tanto el pecado como a la persona.
Y si el pecado o error está en un ser que queremos mucho, corremos el riesgo de aprobar también el pecado o el error, por el amor que tenemos a ese hermano.
No hay que equivocarse. Hay que ser condescendientes con los hermanos, ayudarles, corregirlos, comprenderlos, pero no nos debemos hacer cómplices de sus pecados y errores, no tenemos que aprobar su pecado o error, porque a veces por no contradecir o no “quedar mal”, aprobamos todo: persona y pecado o error.
Estamos en tiempos muy turbulentos en que la confusión ha llegado a todas partes. Si no queremos perecer en este mar tempestuoso, es necesario que nos consagremos al Inmaculado Corazón de María y que seamos en todo obedientes al Magisterio. Sólo así estaremos a salvo de conservar la fe libre de errores, y seremos capaces de corregir con caridad pero también con firmeza, todos los desvíos de nuestros prójimos, sin por eso dejar de amarlos.