CONVERSIÓN
Lo que la Virgen espera de nosotros, el cambio de vida, implica un cambio de actitudes, de mente, de corazón, de sentimientos... Existe una conversión radical, indispensable para la salvación de quienes viven de espaldas a Dios. Pero también quienes viven habitualmente en gracia de Dios necesitan convertirse de sus pequeñas desviaciones cotidianas, endurecimientos del corazón... La Virgen nos invita a todos a la conversión, al cambio de vida. A apartar de nosotros todo aquello que nos separe de Dios.
La Virgen recomienda y enfatiza: “Purifiquen sus corazones, entren en sí mismos, confiesen sus pecados y cambien de vida. Muchos cristianos figuran sólo en el archivo parroquial, sin acordarse de su cristianismo. Otros van a la iglesia pero sin tener verdadera fe. Los cristianos deben ser para los demás un signo viviente que los ayude a convertirse y a salvarse. Todos deben convertirse”.
La Virgen nos da los medios para hacer posible la conversión: “La oración, el rosario, leer la Biblia, participar en la Misa, ayunar una vez por semana”. La Virgen ha dicho: “Cambien antes de que sea tarde”. Todos juntos podemos ganar esta batalla espiritual. La fuerza está en la oración. Vivir el mensaje de la Virgen significa acoger lo que Dios nos ofrece y rechazar lo que el mal nos ofrece.
María, Madre de Dios, Reina de la Paz, nos está diciendo que nos convirtamos. Convertirse quiere decir, volverse a Dios. Uno de los videntes dijo que todo lo que ella estaba diciendo estaba en los Evangelios. Dijo nuestra Señora: “Bien lo sé, pero tú no estás obrando de acuerdo”.
El Evangelio nos enseña a no preocuparnos por el vestido ni la comida: “Busquen ante todo el Reino de Dios y lo demás se les dará por añadidura.”. El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido. María nos pide ayunar a pan y agua y emplear varias horas en la oración, cada día, porque sólo esto puede llevar a un cambio radical en el que consiste la conversión. Esto traerá la paz que sobrepasa toda medida, una paz que el mundo no puede dar y que es el don del Príncipe de la Paz: Jesucristo.