Del vientre de María brota una nueva humanidad. Dios no tenía que venir a estar entre nosotros. Dios no tenía que descender del cielo. Estas palabras tradicionales son parábolas venerables.
En realidad, Dios siempre había estado aquí, siempre presente en la parte más íntima de nosotros, como si no hubiera dejado de brillar en nuestras tinieblas. Era el hombre el que no estaba, era el hombre el que se había ausentado de Dios. Es el hombre quien no había percibido en sí mismo la presencia de este sol invisible que es el Dios vivo.
¡De modo que le correspondía al hombre venir a Dios! Corresponde a la humanidad hacerse presente al Amor eterno y esto es precisamente lo que expresa el llamado credo de san Atanasio, cuando afirma: "Cristo es uno, no por conversión, por el cambio de la Divinidad en carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios”.
En el seno de la Virgen María, en otras palabras, ha florecido una nueva humanidad. En el seno de María, la Trinidad eterna inició la nueva creación de una humanidad tan transparente para Dios que finalmente pudo emerger de ella el verdadero rostro de Dios.
Maurice Zundel en Marie, tendresse de Dieu (María, ternura de Dios). Original en francés.