Hoy es el día que Dios nos concede para vivir. No es mañana, porque no sabemos
si el día de mañana llegará. No es ayer, porque es día pasado que no se puede modificar y que debemos dejar en la Misericordia de Dios.
Entonces vivamos bien el hoy, porque es el tiempo presente que tenemos para
aprovecharlo. No lo dejemos escapar como tantos otros días de nuestra vida, sino usémoslo para hacer el bien a todos y atesorar para el Cielo.
Porque nos puede pasar como al hombre rico del Evangelio, cuyas tierras habían
producido mucho y se dijo a sí mismo que tenía ya muchos bienes para vivir tranquilo el futuro, dedicándose a los placeres y al descanso y a pasarla bien. Sin embargo esa misma noche era la noche
de su muerte.
Por eso no debemos contar con el futuro, con el mañana, porque no lo tenemos en
nuestro poder. Sólo tenemos el hoy, y ése sí es nuestro.
Entonces tomemos las decisiones oportunas hoy, y hagamos el bien hoy, y no
dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy, como bien dice el dicho popular.
Si estamos bien de salud, sepamos que lo estamos hoy, y no sabemos cómo
estaremos mañana.
Si en cambio estamos enfermos, estamos enfermos hoy, y quizás mañana estemos
sanos.
¿Quién puede saber lo que le sucederá mañana? ¡Cuántas vidas cambiaron
rotundamente de un día para otro, de un momento a otro!
Que los golpes de la fortuna nos encuentre fuertes en la oración, porque es con
la oración que alejamos las desgracias y podemos influir en todos los acontecimientos futuros, los de nuestra vida, como también de la vida de quienes amamos, y hasta de nuestra Patria y del
mundo entero.
Por algo la Virgen no se cansa de pedir, en cada aparición, en cada mensaje:
¡oración, oración, oración!
Porque ¿quién está seguro en este mundo, que es cambiante, y que de la noche a
la mañana trae la felicidad o el infortunio, la riqueza o la pobreza, la salud o la enfermedad?
Aprovechemos este tiempo de reflexión al final de este año, y comencemos el
nuevo año tratando de aprovechar un día a la vez, cada día, el hoy. Vivamos circunscritos al hoy, que es el día que nos pertenece, y seremos felices, pues muchas veces estamos tristes y
melancólicos porque nos hacemos problemas por lo que hemos vivido, o por lo que puede venir. Recordemos que Dios puede cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos, ¿y para qué sufrir por
anticipado por el futuro, si no sabemos si ese futuro lo viviremos y cómo lo viviremos?
Vivamos el hoy, con confianza plena en Dios y en su Madre, ya que el mismo
Jesús nos ha enseñado en el Padrenuestro a pedir el pan cotidiano, cada día. Con ello nos quiere indicar que debemos vivir un día a la vez, sin hacer demasiados proyectos para el futuro, ni
lamentarnos por el pasado.
En las sacristías suele estar escrito algo así como: “Sacerdote: celebra esta
Misa como si fuera la primera, la última y la única Misa que celebres”.
Y nosotros, parafraseando esta hermosa amonestación, tratemos de vivir el día
de hoy como si fuera nuestro primer día, nuestro último día y el único día.
Que Dios nos haga comprender la importancia de vivir bien el hoy.