Sacrificios con alegría.
Cuando pensamos en la santidad, se nos viene a la mente la penitencia, los sacrificios, las renuncias, y todo con un espíritu de renuncia y mortificación. Y está bien que esto sea así porque la santidad se alcanza practicando la penitencia. Pero lo que no está bien es mirar todo esto con amargura, sino que debemos mirarlo con alegría.
Exactamente con alegría, porque tenemos que poner alegría en nuestras penitencias, ya que sabemos el fin por las cuales las hacemos, es decir nuestra santificación pero, sobre todo, por el bien de muchos pecadores y parientes y amigos y todo el que necesite de nuestras oraciones y sufrimientos para salvarse y obtener bienes temporales y eternos.
Es decir que lo que debemos cambiar es nuestra motivación, porque cuando nos ponemos a pensar que por un bocado de postre que nos negamos a comer, un hambriento reciba un pan muy lejos; o que evitando mirar un programa de televisión que nos gusta, alguien en alguna parte evite, gracias a este sacrificio nuestro, una mirada deshonesta o un pecado de impureza, entonces sí que se empieza a hacer ameno y alegre el trabajo espiritual de la penitencia, porque sabemos que con nuestras negaciones estamos haciéndonos bien a nosotros, porque nos santificamos, y hacemos bien a muchos hermanos que solo conoceremos en el Cielo.
Si encaramos la penitencia de esta manera, pronto estaremos haciendo muchos pequeños sacrificios durante el día para vencernos pero, sobre todo, para aliviar a nuestros prójimos.
¡Hay tantas oportunidades durante el día para negarnos a nosotros mismos y ayudar a salvar almas y cuerpos! Lancémonos a esta hermosa aventura, porque además, estaremos contentos con nosotros mismos, porque el dominio de sí mismo es un gran gozo para el alma. En cambio el que sigue sus gustos y caprichos, cada vez está más triste y vacío, y descontento consigo mismo.
Pensemos estas cosas.