Si pensáramos que todas nuestras acciones serán llevadas a juicio por Dios, muy distinto sería nuestro modo de proceder, y otro sería el uso que haríamos de los bienes materiales y los talentos que Dios nos ha concedido.
¡Cuántos por atesorar dinero y bienes en la tierra, han perdido para siempre el Paraíso y están ahora en el más horroroso infierno!
Pero aunque no lleguemos a condenarnos, igual desperdiciamos muchas ocasiones de hacer el bien por nuestro amor desordenado al dinero.
Vivamos cada día como si fuera el último, como si a la noche tuviéramos que morir y dejarlo todo, y entonces aprovechemos cada día para hacer buenas obras, y de esa forma atesorar para el Cielo, y adelantar el juicio, inclinando ya desde ahora a Dios en nuestro favor.
Recordemos que muchas veces en el Evangelio, Jesús nos ha dicho que Él llegará a la hora menos pensada, a la hora del ladrón. ¿Y por qué entonces vivimos como si la muerte nunca pudiera llevarnos? ¿Por qué vivimos tan seguros como si fuéramos eternos?
El pensamiento de la muerte, que tanto horror causa a los descreídos y ateos, debe ser un consuelo para quien vive bien, pues quien pasa a la eternidad estando en gracia de Dios, no se separa de sus seres queridos, sino que se une más estrechamente, y su actividad se hace potente, pues está revestida del poder de Dios, del poder de un alma elegida.
No es que tengamos que pensar en todo momento en la muerte. Pero eso de querer alejar su pensamiento a toda costa, no es una buena preparación a bien morir, porque si hay algo seguro en este mundo es que cada uno de nosotros moriremos.
Aprovechemos, entonces, cada día para atesorar para el Cielo, obrando bien y no dejando pasar ni una ocasión para hacer algo bueno, rezar, amar y socorrer a los más necesitados espiritual, moral y materialmente.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.