EN UN ALTAR
Año 1254 Douai Francia
En el año 1254, un sacerdote que acababa de distribuir la Comunión Pascual en la iglesia de San Amado en Douai (Flandes), encontró una Hostia en el pavimento.
Vivamente afectado, se arrodillaba para tomarla, cuando ella por sí misma se levantó y fue a colocarse encima del purificador.
El sacerdote llamó en seguida a los canónigos: acudieron éstos, y quedaron completamente maravillados viendo, no ya la Hostia, sino el sagrado Cuerpo de Jesucristo, bajo la forma de un Niño de una hermosura celestial. También fue convocado el pueblo y todos, indistintamente, fueron testigos del prodigio.
“Como este milagro metiese mucho ruido, dice un historiador de la época, me trasladé personalmente a Douai, fui a la iglesia de san Amado, y habiéndome dirigido al Deán, a quien conocía yo particularmente, le supliqué me dejase ver la Hostia milagrosa”.
“Dio él sus órdenes, se abrió el Copón, y vi la Santa Hostia. A todos los circunstantes les oí exclamar que veían al Salvador... Pero yo no veía otra cosa que el Sacramento en su forma habitual.
Sorprendido y contristado, consulté con mi conciencia para saber si tal vez alguna falta secreta me privaba de la gracia que a todos los demás regocijaba, cuando en medio de sentimientos que no acierto a explicar, divisé la adorable faz de mi Señor Jesucristo. No era un niño el que yo veía: su cabeza que se presentaba casi de perfil, ladeada hacia la izquierda, estaba ligeramente inclinada sobre su pecho; se hallaba coronada de espinas, y dos gruesas gotas de sangre se deslizaban por sus mejillas”...
“Caí de hinojos, adorando al Señor y derramando fervorosas lágrimas... Cuando me levanté, había desaparecido la sangrienta corona, y vi únicamente a mi divino Maestro tal como debía ser durante los últimos años de su vida pública: larga la cabellera por encima de sus hombros, su pelo junto a las orejas y en torno de la boca era bastante espeso, y se encorvaba un poco debajo de la barba; su frente era alta y majestuosa, flaco su rostro, y largo el cuello y un poco inclinado, lo propio que la cabeza. Todo respiraba bondad en esta divina faz”.
El cuerpo de nuestro Señor Jesucristo se distinguía tan pronto bajo una forma como bajo otra diferente; unos le veían extendido en la cruz, otros en la majestad del juicio, y la mayor parte bajo la figura de un niño.
Este milagro de San Amado, examinado jurídicamente y autentizado por las Autoridades eclesiásticas de aquel tiempo, dio lugar a la célebre Cofradía del Santísimo Sacramento erigida en aquella iglesia, y desde su fundación cuenta entre sus hermanos a una multitud de personas las más respetables por su categoría y por su piedad.
(Tomás de Cantimprato, citado por el P. Fr. Jaime Barón en su obra Luz de la fe y de la ley, lib. 3º, capítulo 38, página 175)