Desde que pisas tierra zaragozana, visitar la basílica de Nuestra Señora del Pilar se convierte en parada obligada.
Con uno de los ríos más caudalosos de España bajo sus pies, sugiere que en ese lugar llueven abundantes gracias a quienes acuden a Ella con devoción.
Nuestra Madre, de tamaño menudo, apenas alcanza los 36,5cm de altura. Y aunque en los Evangelios no se indica cómo era Ella de aspecto físico, tal vez María fuera así, pequeña, como las muchachas judías de la época.
Sobre el pilar de jaspe, protegido a día de hoy por una cobertura de plata de caña alta, se aposenta la que se apareció, viviendo aún en la tierra, al apóstol que vino a evangelizar España (entonces Hispania), Santiago.
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Tal vez por su desesperación ante la tozudez del pueblo hispano, la Virgen quiso alentarlo y fortalecerlo.
Hacía precisamente siete años que el Señor había partido al cielo después de haber sido cruelmente crucificado en el Calvario.
Siete años de aquel “Madre, aquí tienes a tu hijo”. Y Ella, fiel a su vocación maternal, acudió en auxilio del discípulo que lo necesitaba.
La Virgen al alcance de todos
En el siglo XVII era costumbre prestar el manto del Pilar a los enfermos del lugar, además de hacer la función de vestir la columna.
De esta forma se sentían acompañados, supliendo así sus carencias espirituales en un momento de tribulación.
Este hecho cobró fama, provocando que cada vez se hiciera más difícil atender a todos los que solicitaban el servicio.
Así surgió la idea de las cintas de colores del tamaño de la talla de madera, símbolo de su manto, cuya protección hoy abarca a todos los que la lleven consigo.
Cintas del tamaño de la Virgen del Pilar
Entrando en la iglesia por los dos grandes pórticos que dan a la plaza del Pilar, a mano izquierda, se encuentra una tienda de souvenirs oficiales. Allá puedes adquirir estos trozos de tela en el color que más te guste.
Su función principal es de protección. Y la ventaja que tiene es que se puede atar en cualquier sitio.
En las cunas de los recién nacidos ayuda a elevar la mirada mientras se contempla al pequeño. De esta forma los padres se sienten acompañados en esa tarea tantas veces escondida como es el cuidado de los hijos.
En las mochilas de los estudiantes. Esos trayectos de casa al colegio y del colegio a casa que provocan taquicardia a cualquier progenitor. Pero no van solos pues María los acompaña y cuida por nosotros.
En el retrovisor del coche. La Virgen es capaz de poner su pie en el acelerador o en el pedal del freno. Incluso aligera los minutos de espera tras un rojo en el semáforo o suaviza las palabras ante un posible enfrentamiento con otro conductor.
En las camas de hospital. Cómo reconforta y alivia sentir la protección de Nuestra Madre en esos momentos. Parece que el dolor se atenúa y te invade una sensación de fortaleza que antes no tenías.
Como pulsera para gente joven, demostrando que no está reñida la fe con la modernidad.
En el equipaje de algún viaje. Además de servir para identificar rápidamente la maleta, puede ayudar a que ésta no se pierda, algo que puede ocurrir en los viajes de avión.
Como regalo de los novios a sus invitados de boda. Un detalle mariano lleno de sentido.
Los usos, en realidad, son infinitos. Pero siempre bajo la estela de protección y cuidado.
María, protectora y madre desde siempre
Dentro de la basílica se recogen dos hechos documentados y grandiosos que corroboran esta maternal misión de la Virgen María.
El primero ocurrió en 1637 en la ciudad de Calanda (Teruel). Había entonces un cojo, de nombre Miguel Pellicer, que mendigaba en el templo del Pilar tras habérsele amputado la pierna debido a un accidente. La pierna en cuestión se enterró debidamente en el cementerio del hospital donde había sido intervenido.
Él solía acudir a misa en la capilla y aprovechaba para ungir el muñón de la pierna con aceite de las lámparas.
Volviendo a su ciudad de origen, Calanda, una noche ocurre algo asombroso: su pierna milagrosamente es restituida. Se atribuyó semejante hecho a la mediación de la Virgen del Pilar.
El otro suceso ocurrió la noche del 3 de agosto en 1936. Acababa de empezar la Guerra Civil Española y un avión descargó tres bombas sobre el templo. Dos impactaron en su interior, mientras que la tercera cayó en la plaza. Las tres no explosionaron y también se atribuye este hecho a la protección de la nuestra madre del cielo. Actualmente es posible ver los artefactos expuestos en el interior de la basílica.
Sea como fuere, María no nos abandona nunca, especialmente si acudimos a su intercesión: «que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de Vos».