LOS DEMONIOS HUYEN SU SE HACE USO DE LA AUTORIDAD DADA OR JESUCRISTO PARA EXPULSAR DEMONIOS.
Dios ha dado a cada bautizado la autoridad para expulsar a los demonios que lo atacan.
Y para hacerlo también en las personas sobre las que tiene autoridad espiritual.
Pero esto no se puede hacer a ciegas.
Hay que detectar de dónde provienen esos espíritus, como entraron, y quiénes son.
Aquí hablaremos sobre cómo identificar los espíritus que atacan a una persona o a una familia, cuál es su procedencia y daremos oraciones y procedimientos para realizar la liberación a través de ejercer la autoridad.
En el entendido que si son demonios más poderosos o la atadura es más fuerte, entonces se deberá recurrir a un ministerio de liberación complementario o a un exorcista.
La Biblia empieza y termina refiriéndose a las maldiciones, que son la contracara de las bendiciones.
Dios comienza maldiciendo primero a satanás en Génesis 3:14, cuando le dice a la serpiente que será maldita entre todas las bestias y comerá polvo todos los días de su vida por haber tentado a Eva.
Y que pondrá enemistad entre la Mujer, o sea la Santísima Virgen, y la serpiente, y entre ambas descendencias.
Y también maldice a la Tierra en Génesis 3:17; le dice a Adán que la Tierra será maldita por su causa y comerá con dolor todos los días de su vida.
Pero en el último capítulo de la Biblia proclama el fin de la maldición en Apocalipsis 22:3, la liberación final y definitiva, porque al final de la historia, estará entre nosotros el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos les servirán.
Por lo tanto no existe escapatoria del accionar del mal para la humanidad.
Siempre estará presente ante nosotros, hasta que lleguen los nuevos cielos y la nueva tierra.
Pero mientras tanto, Dios nos da bendiciones para defendernos del mal.
¿Y cómo actúa esto en la práctica?
Dios permite el mal o sea una maldición, quitando por un instante su mano protectora y permite obrar al diablo, pero siempre intermediado por el ser humano
Estas maldiciones pueden venir de distinta procedencia.
Están las que se originan en los pecados de cada persona, que son las más comunes.
También las maldiciones generacionales y las maldiciones que nacen por la brujería.
Pero en todos los casos Dios nos da instrumentos para poder neutralizarlas.
Habitualmente cada persona es tentada para hacer el mal, por la presión del enemigo sobre sus pensamientos, sus actitudes y sus apetitos.
Es el ataque habitual del maligno.
Y existe una progresión. Cuando somos tentados por el mal, sentimos primeramente deseos de cometer el pecado.
Y en ese momento tenemos la opción de pedir la gracia de Dios para rechazarlo, o podemos consentir realizarlo.
Si nuestra voluntad cede al pecado, luego será más fácil cometer ese pecado una segunda vez.
Y con cada repetición, el pecado se volverá más fácil, en la medida que se adormecerá cada vez más nuestra conciencia.
Al punto que podemos llegar a pensar que el pecado ya no es malo, a convencernos que está en nuestra naturaleza básica, que es imposible vivir sin esa práctica y hasta tener orgullo de practicarlo.
Y así desarrollamos una atadura. Y si una persona está atada a un pecado, se la desata liberándola en el nombre de Jesús, usando el poder otorgado por nuestro bautismo.
Pero también como dijimos estamos contaminados con el pecado por herencia, que sucede cuando tenemos comportamientos pecaminosos, frustraciones frecuentes, y bloqueos por factores externos a nuestra decisión personal.
Las maldiciones ancestrales o generacionales son un tema discutido en la Iglesia.
En Deuteronomio 28 podemos leer algunos de los signos para determinar si podría estar actuando una maldición generacional en una persona.
Como insuficiencia financiera constante o pobreza.
Planes y proyectos frustrados frecuentemente.
Vidas con traumas o crisis constantes.
Vicios difíciles de superar.
Esterilidad e impotencia, abortos y complicaciones en la reproducción.
Muertes prematuras o muertes por causas no naturales.
Enfermedades hereditarias y crónicas.
Rupturas de relaciones familiares frecuentes de padres a hijos.
Dificultad para percibir la presencia de Dios, comprender las Escrituras, concentrarse en la oración, ausencia de dones espirituales.
Y finalmente están las maldiciones por brujería, cuando los emisarios de satanás emplean el poder del demonio para hacer el mal a una persona.
Que según expresó el padre Gabriele Amorth, es la causa más frecuente en las posesiones demoníacas.
¿Y cual es la ruta que debemos recorrer para romper las ataduras y liberarnos que Dios ha puesto a nuestra disposición?
Tu tienes autoridad sobre tu propia vida, de modo que debes afirmar tu relación con Dios.
Arrepiéntete de tus pecados conocidos y desconocidos.
Renuncia a cualquier contacto con fuentes de pecado.
Renuncia a los pecados de tus antecesores.
Acepta y recibe el perdón de Dios, y perdónate a ti mismo.
Perdona a todos los que alguna vez te hayan ofendido.
Pide las bendiciones de Dios.
Y expulsa a los espíritus malignos que te están atacando, ejerciendo tu autoridad de darles la orden para que se vayan.
¿Y qué pasa con los demás? ¿Tenemos esa autoridad para hacerlo sobre personas o cosas fuera de nuestro cuerpo y mente?
Nuestra autoridad dependerá de nuestra jerarquía sacerdotal.
El numeral 897 del Catecismo de la Iglesia Católica dice que,
«los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, forman el Pueblo de Dios y participan a su manera de las funciones de Cristo como Sacerdote, Profeta y Rey».
De modo que cada uno tiene su propio papel que desempeñar en la misión de todo el pueblo cristiano, participando del sacerdocio de Cristo, aplicando autoridad para atar y reprender a los espíritus malignos que oprimen al Pueblo de Dios.
Por ejemplo, el padre tiene autoridad en la «iglesia doméstica», la familia, de la cual es la cabeza.
Por lo tanto tienen autoridad para expulsar demonios del hogar, de su propiedad y de los miembros de su familia.
Usando agua bendita, bendecida por un sacerdote, puede rociarla alrededor de la casa, en los objetos que hay en ella y a los miembros del hogar, mientras ordena a los espíritus malignos que se vayan.
Y también orando y ayunando.
También está el Párroco de una Parroquia Católica, cuya autoridad procede directamente del Obispo, quien le ha conferido el sacerdocio sacramental a través de la imposición de las manos.
El párroco tiene autoridad general sobre todos sus feligreses dentro del territorio de su parroquia.
Y es un instrumento poderoso para atar a los espíritus malignos y desatar las influencias malignas en sus parroquianos, a través de los Sacramentos del Bautismo y la Reconciliación, la bendición de los hogares y las oraciones de liberación.
Pero hay casos de posesión demoníaca de una persona o una presencia obstinada de los demonios en un hogar, que pueden requerir a un exorcista especializado en el uso del Ritual del Exorcismo.
Este exorcista actúa bajo el permiso y la autoridad de su Obispo.
Y por último están el Obispo, que tiene autoridad espiritual sobre su diócesis, y el Papa, como Vicario de Cristo, que goza de autoridad suprema sobre toda la Iglesia universal.
Lo significativo de esta estructura de autoridad jerárquica, es que buena parte de las liberaciones de espíritus malignos pueden ser realizadas por laicos, actuando a través de su autoridad sobre sus hogares, sus propiedades y los miembros de su familia.
Y hay tres fases para realizar esta liberación.
Primero hay que proceder al arrepentimiento.
Lo que debe hacer el alma, mediante un minucioso examen de conciencia, es arrepentirse sinceramente de toda participación en las obras de las tinieblas.
Esto disuelve el derecho legal que satanás tiene sobre el alma.
Los exorcistas dicen que una buena confesión es más poderosa que cien exorcismos.
El verdadero arrepentimiento también significa renunciar a las obras y formas de vida anteriores.
Por lo tanto el segundo paso es la renuncia.
Cuando reconozcas en tu vida pecados o patrones contrarios al Evangelio, es una buena práctica decir en voz alta, por ejemplo.
«En el nombre de Jesucristo, renuncio a …» y ahí mencionas los pecados de los que quieres liberarte.
O se lo haces decir a una persona bajo tu autoridad que quieres liberar de ataques del demonio.
Y el tercer paso es la reprensión de los espíritus malignos y su expulsión.
Simplemente puedes decir:
«En el Nombre de Jesucristo, tomo autoridad sobre todos y cada uno de los espíritus que vienen contra… (y ahí mencionas a la persona o a los objetos) y los ato y les ordeno que se vayan».
Pero por desgracia podemos volver a caer en las tentaciones, a los viejos patrones de pecado, y entonces el maligno reclamará legalmente lo que ha perdido temporalmente, porque dejamos la puerta abierta.
Y en ese caso puedes orar para asegurarte,
«Señor, ven ahora y llena los espacios vacíos en mi corazón con tu Espíritu y presencia. Ven Señor Jesús con tus ángeles y cierra las brechas en mi vida».
O mencionar la persona en la que quieres que el Espíritu Santo llene su vida.
Para hacer estas expulsiones no es necesario agitarse y gritarle al diablo, dicta la sentencia con calma, apóyate en tu autoridad como bautizado, y pronúnciala con firmeza.
Sin embargo no debemos olvidar que lo más importante es prevenir las ataduras, y para ello debemos desarrollar una relación personal con Jesús, una vida de oración consistente, una participación regular en los Sacramentos y esforzarse por ser fiel y obediente al Señor.
Y acostumbrarse a alabar a Dios, porque esto llena a los demonios de repugnancia y terror, y ayunar, porque combate a los espíritus más dañinos.
Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre cómo los laicos pueden liberarse de los espíritus que ejecutan maldiciones y los atan a ellos mismos, y a los objetos y personas sobre los que tienen autoridad.