Recordamos las apariciones de la Virgen María en Cova de Iría, cerca de la ciudad de Fátima (Portugal) a tres pastorcitos: Lucía (10 años) y sus primos Jacinta (6 años) y Francisco (9 años).
Antes de las apariciones de la Virgen los niños relataron hasta tres apariciones de un Ángel. Compartimos el relato de estas apariciones que hizo sor Lucía en sus memorias.
Primera aparición del Ángel
Mientras los primos cuidaban de sus ovejas, en la primavera de 1916, y después de terminar de rezar el Rosario, relata Lucía:
Subimos con el ganado al cerro arriba en busca de abrigo, y después de haber tomado nuestro bocadillo y dicho nuestras oraciones, vimos a cierta distancia, sobre la cúspide de los árboles, dirigiéndose hacia el saliente, una luz más blanca que la nieve, distinguiéndose la forma de un joven trasparente y más brillante que el cristal traspasado por los rayos del sol. Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados.
Al llegar junto a nosotros dijo:
“No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!”
Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que oímos decir:
“Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”.
Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo:
“Orad así. Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras suplicas”
Y desapareció…. Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro. Permanecimos en la posición en que el Ángel nos había dejado y repitiendo siempre la misma oración. No decíamos nada de esta aparición, ni nos recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio.
Segunda aparición del Ángel
Ocurrió a mediados del verano, cuando llevábamos los rebaños a casa hacia mediodía para regresar por la tarde. Estábamos a la sombra de los árboles que rodeaban el pozo de la quinta Arneiro. De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros:
“¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho!
Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia.
Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!”
¿Cómo hemos de sacrificarnos?, pregunté.
“De todo lo que pudierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores.
Atraed así sobre vuestra patria la paz.
Yo soy el Ángel de su Guardia, el Ángel de Portugal.
Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”
Estas palabras hicieron una profunda impresión en nuestros espíritus, como una luz que nos hacía comprender quien es Dios, como nos ama y desea ser amado, el valor del sacrificio, cuanto le agrada y como concede en atención a esto la gracia de conversión a los pecadores.
Por esta razón, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor cuanto nos mortificaba, repitiendo siempre la oración que el Ángel nos enseñó.
Tercera aparición del Ángel
Fue en octubre o a fines de septiembre, pasamos un día de Plegaria en la cueva Loca de Cabeço, caminando alrededor del cerro de al lado que mira a Aljustrel y Casa Velha. Allí decíamos nuestro Rosario y la oración que el Ángel nos enseñó en la primera aparición.
Estando allí apareció por tercera vez, teniendo en sus manos un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían gotas de sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido.
Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores”.
Después levantándose tomó de nuevo en la mano el Cáliz y la Hostia. Me dio la Hostia a mí y el contenido del Cáliz lo dio a beber a Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
“Tomad el Cuerpo y bebed la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.”
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta por tres veces la misma oración: Santísima Trinidad….y desapareció.
Durante los días siguientes nuestras acciones estaban impulsadas por este poder sobrenatural. Por dentro sentimos una gran paz y alegría que dejaban al alma completamente sumergida en Dios. También era grande el agotamiento físico que nos sobrevino.
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían efectos bien diferentes. La misma alegría íntima, la misma paz y felicidad, pero en vez de ese abatimiento físico, más bien una cierta agilidad expansiva. En vez de ese aniquilamiento en la divina presencia, un exultar de alegría. En vez de esa dificultad en hablar, un cierto entusiasmo comunicativo.
Oremos también nosotros a los Corazones de Jesús y de María
Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.