La vida de los santos abunda en historias que insisten en la emanación de perfumes inexplicables que actúan como signo de beatitud
En las diversas religiones, los olores agradables —los perfumes— desempeñan un importante papel en los ritos y liturgias, en la meditación, en las plegarias y en la comunicación con las divinidades. El cristianismo no permanece ajeno a esta práctica pero la dota de un nuevo significado. El propio Jesús toma contacto con los perfumes más valorados desde muy pequeño. El incienso y la mirra que le ofrecen los magos venidos de Oriente, el aceite de nardo, y los óleos funerarios con que ungen su cadáver, son sólo el inicio de una relación con los aromas que florecerá en el legado religioso de Jesús durante los siglos de formación y consolidación del cristianismo.
Los perfumes en la antigüedad
Los más antiguos documentos que registran los primeros cultos organizados reflejan un elemento común a las diversas religiones. En todas ellas, los olores agradables —los perfumes— desempeñan un importante papel en los ritos y liturgias, en la meditación, en las plegarias y súplicas y en la comunicación con las divinidades.
Hacia el año 3200 a.C. se desbordaron el Tigris y el Éufrates y cubrieron una extensión de 100.000 kilómetros cuadrados con 2,5 metros de arcilla y cascotes (Graves, 1969: 137). Esta trágica inundación fue interpretada como la intención divina de destruir a la humanidad. La Epopeya de Gilgamesh, poema babilónico escrito poco después de 2000 a.C., relata cómo Utnapistim se salva del Diluvio ordenado por los dioses, enojados y vengativos. Al bajar las aguas, Utnapistim sabe que debe apaciguar las iras divinas y lo primero que hace es derramar una séptuple libación de vino y quemar maderas aromáticas: caña, cedro y mirto (Graves, 1969:136). Para que la ofrenda sea aceptada, el olor del sacrificio debe resultar grato a las divinidades. Afortunadamente para la humanidad, el aroma es recibido con beneplácito por los dioses, que deciden no repetir el castigo.
La historia judía del Diluvio bíblico que se relata en Génesis 8:20-21 presenta las mismas características. Cuando está en tierra firme, Noé ofrece un sacrificio a Yahvé. Su aroma agrada tanto a Dios que decide que nunca más intentará destruir a la humanidad.
Los dos relatos que anteceden, uno politeísta, otro monoteísta, ejemplifican una faceta definitoria del carácter del sacrificio que rige la relación Dios-hombre: el olor debe resultar apropiado para la divinidad. En su intento por agradar a la deidad, los hombres buscarán la forma de obtener olores más cautivantes, más dulces. Buscarán sustancias que, al quemar, despidan perfumes intensos, penetrantes, peculiares, adecuados para sus dioses. Egipcios, súmeros, babilonios, judíos, griegos, romanos y cristianos —todos— han recurrido a la práctica de complacer a sus dioses por medio de los aromas.
El cristianismo también apeló a los perfumes como otro de los recursos para la comunicación entre Dios y el fiel. Ya en vida de Jesús, algunos aromas tuvieron su protagonismo, protagonismo que se profundizará durante la Edad Media y que continúa hasta nuestros días, reflejado en los usos litúrgicos de las Iglesias de Oriente y Occidente.