Dice el Apóstol san Juan: «El que teme no es perfecto en el amor» (1 Jn 4, 18). San Josemaría lo traducía así: «¡El que tiene miedo, el que anda con cautelas, no sabe querer!».
Nuestra vida de relación con Dios debe ser de amor y, por tanto, gozosa, alegre, amable, simpática. No hay miedo, sino confianza, amistad, trato íntimo. Un Padre que disfruta con su hijo pequeño, y un niño pequeño que disfruta con su Padre. Un Padre y un hijo que juegan, que ríen, que caminan juntos, que se quieren. Un Padre que empuja la bicicleta de su hijo pequeño, que impide que se caiga al suelo. Un Padre que ve a su hijo cansado y lo pone sobre sus hombros para que descanse mientras sigue avanzando. Un Padre que, por la noche, toma a su hijo dormido y lo abraza, y le dice en voz baja: “El que quiera hacerte daño, hijo mío, tendrá que vérselas conmigo”.
Los que tienen miedo a Dios no pueden imaginar que tenga sentido del humor, que le gusten las bromas. Dios ríe y sonríe. Y baila de alegría. El papa Francisco, en la exhortación Evangelii gaudium, dice que le llena de vida releer este texto de Sofonías:
«Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (3,17).
Tenemos que aprender a pasarlo bien con Dios, con Jesús, con María, con el ángel custodio. Tenemos que trabajar con la ilusión de agradar a Dios, y disfrutar de su gozo. Tenemos que contarle las cosas divertidas que nos han sucedido, para reírnos juntos.
Cuando estemos un poco tristes, o un poco serios, podemos cerrar los ojos e imaginar que Jesús nos sonríe, y entonces cambiará nuestro rostro, aparecerá también una sonrisa, porque no puede ser que Dios se ría conmigo y yo siga con mi cara de invierno.
Cuando nos dejamos llevar por la pereza o tenemos cualquier otro fallo, hagamos de hijo pródigo. Le pedimos perdón y le decimos: “Gracias por los besos que me das al perdonarme”.
Señor: sabernos queridos por Ti como niños muy pequeños en tus brazos nos lleva a la libertad de espíritu, a evitar rigideces, miedos, ansiedades, escrúpulos; nos ayuda a respirar con paz cuando estamos contigo, a ofrecerte una pequeña mortificación, y a no hacer otra mientras te damos las gracias por disfrutar de algo que nos gusta. Enséñame a quererte con un amor de hijo pequeño.