Humildad
La humildad es el cimiento, el fundamento de todas las virtudes, la sal y la vida de ellas: la tierra en donde todas se producen, el agua que las fertiliza y el sol que las hace crecer y reproducirse. Sin humildad no puede haber Obediencia, Pobreza ni Pureza que no caiga. No acostumbro dar a ningún alma estas joyas, sin el sólido fundamento de la Humildad, madre de todas ellas.
La obediencia tiene muchos grados, pero no existe verdadera obediencia sin la humildad. La pobreza, tampoco es efectiva o real, sin humildad, mucho menos sin la humildad espiritual perfecta; y la Pureza no se conserva, sino que se marchita y muere sin esta como invernadero de la humildad, que como planta delicada, la guarda debajo de sus cristales.
La humildad es la vida de todo acto puro, de todo movimiento santo del alma.
Sólo sobre ella arroja las perlas de sus dones el Espíritu Santo: sólo sobre ella la Divina Paloma edifica y forma su nido... sólo con la humildad trabaja en las almas, y no descansa,
sino que continuamente se les comunica, hasta concluir por poseerlas... Donde no está la humildad, tampoco estoy yo.
La Pobreza y la Obediencia tienen un color y un aroma muy parecido que embalsaman cuanto tocan, y aquilatan los actos de la criatura hasta un punto que yo sólo sé: huelen a divino; las dos son muy amadas de mi Corazón y de él nacidas...
La Humildad es hija del Verbo.
Nació, por decirlo así, en el purísimo seno de María, cuando la Encarnación; y se desarrolló en su totalidad durante el curso de la vida de Jesús. María, más que nadie, recibió los frutos inapreciables de la Humildad. Juntas con la virtud de la Humildad vinieron la Pobreza y la Obediencia.
Nació la Humildad, produciendo al mismo tiempo la Obediencia, porque la Obediencia y la Humillación del Verbo fueron en un sólo acto... Acto sublime para la Redención, que el hombre no puede ni entender, ni apreciar en su justo valor. Los mismos cielos quedaron pasmados de profunda admiración, adorando reverentes los ocultos juicios del Omnipotente. Se empleó la Omnipotencia para tan grande paso... En aquel momento sublime del ofrecimiento del Verbo para devolver la gloria al Eterno Padre y salvar al pobre hombre, en aquél instante, brotaron estas virtudes del Verbo hecho carne...
Por eso llevan en si la propiedad que yo les comunique de salvar a las almas. Ningún humilde, ningún obediente se pierde... Y de estas dos grandiosas virtudes, divinizadas por mi Corazón sediento de padecer por el hombre y enseñarle el camino del cielo en el portal de Belén.
Allí me esperaba esta virtud, que también divinicé luego al practicarla... y no la separé de mí en todo mi paso por la tierra. No pudo mi Corazón separarse de estas tres virtudes tan queridas. ¡Las amo tanto que aun me están acompañando constantemente en los altares, en el Sacramento del amor, en la Eucaristía...! Allí muestro más que en ninguna parte estas virtudes que me acompañaran hasta el fin de los siglos, mientras haya un alma a quien salvar, y por quien sufrir. Humilde, Obediente y Pobre, encerrado, en mi inmensidad, en el más pequeño fragmento de una Hostia consagrada, este es el más grande de los milagros de mi omnipotencia, al cual la obligó el amor, el amor y sólo el amor.
El Señor a la Beata Concepción Cabrera
¡Ave María y adelante!