Paciencia
La Paciencia tiene algo de la Humildad; pero la da el Espíritu Santo: esta virtud es tan grande que hace fuerza al mismo cielo, y crece con el Sacrificio.
La Paciencia espiritual perfecta es una virtud bellísima e indispensable para caminar en la vida interior. Descuella esta virtud entre muchas otras: y el alma que en ella persevera tiene un grande premio en el cielo.
Esta virtud tiene tres grados perfectos prácticos y de grande mérito a los ojos de Dios.
El primer grado consiste en la paciencia interior con el prójimo. No hablo de la Paciencia exterior o disimulada, pues para entrar en estos tres grados perfectos, se supone que el alma ya se venció a sí misma, dulcificando todos sus actos externos para con el prójimo. En este primer grado se trata de la Paciencia interna, la que va o debe ir muy unida con la caridad fraterna. Debe el alma soportar amorosamente todos los defectos, humillaciones y contradicciones que le vengan de parte de los demás: debe sobrellevar todos sus defectos internos, encomendando a Dios con especialidad a los que le fueren más molestos. Esta paciencia interna para con el prójimo cuesta mucho, pero feliz el alma que llega a adquirirla; porque puede decir esta alma que ha dado un paso grande en el camino del cielo.
El segundo grado de la Paciencia espiritual perfecta consiste en la Paciencia consigo mismo. Este paso es más alto que el primero, porque cuesta más; ya que el hombre tiene la lucha
dentro de sí, y no concluye esta sino con la muerte. Más el alma que se entrega a Mí de corazón, le doy abundante gracia que lo sostiene. Debe, pues, el alma triunfar de sí misma siempre;
pero la principal arma está encerrada en este segundo grado, y es la paciencia consigo misma. En sus caídas paciencia, humildad y confianza; en sus debilidades, desmayos, fastidios e
inconstancias, paciencia y más paciencia; en sus imperfecciones, distracciones y aun en sus faltas, paciencia. Cuesta a la naturaleza alcanzar este perfecto dominio sobre sí mismo en sus
movimientos espirituales; pero feliz si en esta vida llega a conseguirlo.
El tercer grado de la paciencia espiritual perfecta consiste en la paciencia para con Dios. Aquí está el último paso de la perfección de esta virtud, la paciencia para con Dios.
Este es aquel dejarse hacer que labra el alma como le place; y aunque El lo dispone todo, y todo está sujeto a Él. Sin embargo, de una manera más especial obra en las almas que quiere directamente purificar. Estas dichosas almas son las mártires de la Perfección, porque Dios las mete en los caminos oscurísimos de los desamparos, de las tinieblas y de las desolaciones: y en estas aperturas del alma, en estas terribles tempestades, en estos huracanes desatados es en donde se prueba esta virtud en el tercer grado.
Este es el punto más alto de la paciencia interna, pues solamente las almas que han pasado por estos crisoles, pueden comprender lo que cuesta adquirirla. Pero mil veces dichosa el alma que, voluntariamente y por puro amor se deja hacer de Dios en todas las operaciones de la purificación y de la gracia: esta ha alcanzado el último grado de la Paciencia espiritual perfecta.
Las tres virtudes teologales deben acompañar y ayudar a estos tres grados de la Paciencia espiritual perfecta. La Fe mucho ayuda a la Paciencia para con el prójimo poniendo la mirada alta y fija en Dios; y en Él y por Él sirviéndole y sobrellevándole.
Esta pura mirada de la Fe traspasa a las criaturas y sobrenaturaliza los actos del alma.
La virtud de la Esperanza ayuda a la Paciencia consigo mismo. La mirada de la Esperanza traspasa todo lo de la tierra, y colgándose de la confianza en Dios siempre esperando, se alienta el alma, y si mil veces cae, mil veces se levanta, confiada y humilde, viendo clara su impotencia y la grande misericordia del Señor.
La virtud de la Caridad también ayuda, siendo casi la que da la Fortaleza necesaria al alma para dejarse hacer de Dios en las terribles internas purificaciones. Sin la Caridad de Dios, sin este fuego santo que sostiene el espíritu, aun en las mayores pruebas, no podría haber Paciencia espiritual perfecta; y menos en este tercer grado tan sublime. Aquí el amor entrega al alma en brazos del Amado: cree, espera, ama, y por tanto es feliz en la tierra.
Que se estudie y ponga en práctica en el Oasis esta virtud tan importante para la perfección de la Paciencia espiritual perfecta.
La Paciencia para con el prójimo se deriva también del Celo y de la Caridad: es hija de la Humildad y fruto del Espíritu Santo. Ella es indispensable en la vida humana y en la vida espiritual.
¡Cuán pocas, sin embargo, son las almas que practican esta necesaria virtud! ¡Cuántos pecados, faltas, riñas, disgustos, discusiones y hasta terribles caídas se evitarían! A veces una falta de Paciencia es origen de infinitos males. En el orden espiritual ¡de cuanta importancia es esta virtud bendita! El alma que entra en el camino del espíritu debe tener paciencia para con Dios, para con el prójimo y para consigo misma.
Esta virtud es una de las más difíciles para el hombre: tiene que ser, repito, hija legitima de la Humildad, para que tranquila soporte el peso de tantos y tantos sinsabores, fastidios, persecuciones, niñerías y hasta terribles calumnias. Es una piedra en que todos los vicios tropiezan o cuando menos la tocan; y no solo los vicios o defectos propios, sino también los ajenos.
Esta virtud guerrera abarca un inmenso campo y alcanza una corona de infinitos méritos.
La Paciencia es virtud de Santos, porque implica una serie de virtudes ejercitadas prácticamente por el alma feliz que la posee.
PacienciaEsta virtud es de mucho valor por la multitud de penas que lleva consigo. El Dominio propio campea muy particularmente en la Paciencia; y la Abnegación es su compañera inseparable. La vida entera del hombre trae consigo a los enemigos de esta virtud de la Paciencia, desde su nacimiento hasta su muerte: pues la Paciencia es la victoria en la Lucha y su galardón.
El Señor a la Beata Concepción Cabrera
¡Ave María y adelante!