Caridad
La Caridad, virtud de las virtudes, se puede considerar en el Espíritu Santo como en su asiento eterno.
Por el Espíritu Santo se obra la santificación, perfección y unión de las almas con su Creador.
El Espíritu Santo se comunica por esta inefable virtud. La Caridad es como el centro de todas las virtudes y de toda Santidad y perfección: da vida, luz y calor a todas las virtudes.
La Caridad sobrenaturaliza todas las virtudes y les da brillo para el cielo, poniendo en ellas el sello sobrenatural con que las diviniza y las hace merecer.
La Caridad, con ser tan grande, se abaja como la madre que da la mano al más pequeño de sus hijos.
Todas las virtudes forman un campo de hermosas flores y cada virtud es bella y delicada y tiene colores hermosísimos y brillantes, mas este campo es como si fuera de noche, que aunque está ahí la hermosura de todas las virtudes, nada se ve hasta que viene la luz de la Caridad, la cual ilumina tanta belleza y da valor y crecimiento y vida a las virtudes.
La Caridad es el riego del cielo que fecundiza este campo y por ella trabaja el Espíritu Santo con su asombrosa fecundidad para hacer santos a los espíritus.
El Espíritu Santo derrama en nosotros la Caridad, de suerte que ella es el grado más alto de las virtudes; es, además, esta virtud tan extensa que abarca todo acto vital del alma,
sobrenaturalizándolo.
Cualquier acto de virtud, aun el más heroico si no va envuelto en esta virtud, si no lleva su sello, de nada sirve para la vida eterna; nada tiene valor sino lo que lleva en sí la marca de la Caridad, pues es la dispensadora de los merecimientos del hombre; es la que da actividad al alma para obrar en la práctica de las virtudes; es el pulso de la vida espiritual; y no se crea que la Caridad es fuego de amor quieto, que solo consuela y satisface, no, la Caridad obra, trabaja, lucha, se comunica y no descansa en el alma que la posee; porque la Caridad es fuego activo que arde sin consumirse.
El centro de la Caridad, acá en la tierra, está en el Dolor: por lo mismo el DOLOR es el trono de la Caridad.
El trono del Verbo hecho Hombre es la Cruz; El Trono de la Caridad es el Dolor.
El Dolor, o la Cruz, divinizado por el Hijo, es el único escalón para subir al Amor-Caridad. Por esto los mas crucificados son los que más aman; porque el Dolor trae hacia sí al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo.
En la virtud de la Caridad está el centro de toda perfección y si en todo hombre es necesaria, en un religioso es indispensable. Un religioso sin caridad me da en rostro.
La Caridad fraterna encierra muchas virtudes, porque para practicarla se ponen en juego: la humildad, la mortificación, la paciencia, la abnegación, el olvido propio y otras virtudes.
Esta Caridad me trajo al mundo a vivir sacrificado, y a morir en una Cruz.
Esta Caridad me tiene aquí, en la tierra, oculto en la Eucaristía, y esta es la que quiero ver reinar en mis Oasis.
Sin Caridad no hay unión. En estos lugares de mi recreo y descanso, quiero que se practique esta virtud hasta la perfección...
Si se practicara en los Institutos Religiosos la Caridad ¡cuántas lagrimas se evitarían y cuanta gloria recibiría Yo, gloria que, por falta de Caridad, ahora se me quita!
En los Oasis no debe ser así; en ellos debe cuidarse mucho este punto capital, y no permitir que entre la lepra de las faltas de Caridad que emponzoñen los Claustros; de tal manera que si apareciese este mal, se cure con energía, y se corte y se arranque sin compasión todo lo dañado.
La Virtud principal de mi Corazón es la Caridad para con mi Padre y para con la pobre humanidad.
En la Cruz llega a su punto más alto la Caridad, y glorifica a Dios y alcanza gracias para el prójimo.
La Cruz del Apostolado representa en todas sus partes esta Divina Caridad. ¡Cuánto ama Dios esta virtud divina! Más ¡Cuán pocas almas en el mundo la poseen y practican!
Los que tienen mayor obligación como son los religiosos y Sacerdotes abren en mi Pecho honda herida, me causan una pena grande cada vez que faltan a esta virtud de la Caridad y en vez de
consolarme llenan de amargura mi Corazón.
¡Cuánto sufre mi Iglesia por estas faltas! No hay celo en el mundo, o hay muy poco, porque no hay Caridad, porque muy pocos me aman en verdad. Si me amaran tendrían caridad fraterna y
celo por la salvación de las almas, porque el celo es hijo de la Caridad y siempre andan juntos.
Por lo mismo el alma que tiene Caridad no puede dejar de amar a sus hermanos y desear y procurar su salvación, y desvivirse por alcanzarla, para darme gloria.
Es muy grande y hermosa la virtud de la Caridad, y Yo amo al alma que la posee.
Quiero a mis religiosos llenos de esta virtud; pero no sólo exijo en ellos la Caridad exterior sino la interior de las almas, ya entre sí, ya con su Madre la Religión, en un solo pensamiento, en una sola voluntad, con idénticos pensamientos.
La perfección de esta virtud en cuanto es posible en la tierra, está en la crucifixión. Esto es lo que vine a enseñar a la tierra y esto hacen las almas que de veras la poseen: Dios se da
y estas almas se dan; Dios hombre se crucificó por los hombres y ellas, a mi ejemplo, también por el mismo fin se crucifican. Esta Caridad espiritual es la que une el cielo con la
tierra.
Un Religioso verdadero debe vivir de esta savia celestial y estar saturado de ella.
La Caridad es el aceite que suaviza todos los goznes en donde giran las ruedas de la máquina de la Religión; y todos los religiosos deben ser aceiteras bien surtidas.
La esencia de la Caridad es el amor comunicativo.
En este amor comunicativo se gozan eternamente las Tres Divinas Personas: aquí se encierra la felicidad de Dios.
Dios es amor: el Padre tuvo tan grande amor al hombre que dio a su propio Hijo para la Redención: el Hijo tuvo tan grande amor, para con el Padre y para con el hombre, que se dio a sí mismo al Dolor para salvar al hombre y dar gloria al Padre: el Espíritu Santo manifestó su amor tomando parte en el misterio de la Encarnación, atestiguando durante la vida de Jesús su Divinidad, sellando la Obra de la Redención, y amparando la Iglesia, su Esposa Inmaculada.
El Padre es Amor y Poder, el Hijo Amor y Vida, el Espíritu Santo es Amor y Gracia.
La sustancia de las Tres Personas de la Trinidad es la Caridad, es decir el Amor de comunicación. Este amor comunicado al hombre es el Amor-Caridad.
El dolor, divinizado por el Hijo de Dios, es el que conquista al Amor. Por esto los que más se crucifican son los que más aman; porque el Dolor atrae al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo. Y en el alma que así ama habitan las Tres Divinas Personas, real y verdaderamente, y el Espíritu Santo, en los corazones más crucificados, forma su nido.
María fue el trono de la Caridad porque su purísimo Corazón fue Dolor.
María es la única criatura confirmada en gracia desde el primer instante de su ser, y siempre fue llena de gracia: la poseyó en un grado altísimo e incomprensible a toda inteligencia
creada: tuvo con la plenitud de esta gracia la plenitud de todas las virtudes.
Más solo una cosa faltaba a la corona de María y esta también se le dio, y en grado plenísimo: EL DOLOR.
María no tuvo enemigos; puesto que a todos los tenía bajo sus plantas; no tuvo vicios que combatir, ni pasiones contra quienes luchar.
Nació perfectísima, santísima y tuvo altísima unión con Dios desde el primer instante de su ser. María fue vaso purísimo que contuvo todas las virtudes.
El Dolor también engrandeció a María. Porque el único crisol de María fue el Dolor, pero un Dolor sobre todo dolor, porque su Corazón estuvo lleno siempre de un amor sobre todo amor.
La Voluntad de María estuvo identificada con la voluntad del Padre, y la Voluntad divina que me destino al Dolor fue el Martirio de María y la espada con que siempre tuvo traspasada el alma; así la Voluntad divina fue instrumento de la virtud de María, y Ella, fidelísima como ninguna criatura, se abrazo a ella en mi Pasión y en mi muerte.
El Dolor fue alimento y vida de María; su gozo fue el recuerdo de mi Pasión y de mi muerte, recuerdo que le traía el Martirio, y Martirio que le traía el recuerdo.
Fue éste el mayor crisol que haya existido para un alma y para un alma tan pura como la de María: pues en Ella no hubo ni pudo haber purificación, ya que en su alma habitó la plenitud de
la gracia.
El crisol de María fue totalmente para acrecentar más y más los grados de gracia y sus merecimientos, grados que rayaran casi en lo infinito.
María tuvo vida de amor activo en el dolor más cruel; con ese amor activo unido al Dolor ejercitó las virtudes en un grado heroico al cual no ha llegado ninguna criatura, siempre unió sus
penas a las mías para expiación de los pecados de los hombres, pues sobre su Corazón también pesó el enorme fardo de los pecados del mundo, y ardió siempre en el celo santo de la gloria
de Dios.
María sacrificó constantemente los sentimientos de su Corazón de Madre a la divina Voluntad; unida al Espíritu Santo, no hizo otra cosa sino ofrecer su sacrificio en unión de mi
Sacrificio, en conformidad total con la Divina Voluntad.
Es así como el Amor y el Dolor constituyeron la vida de María.
El Señor a la Beata Concepción Cabrera
¡Ave María y adelante!