Buena voluntad.
Tal vez nunca lleguemos a la santidad, pero si tenemos buena voluntad, el Señor hará de cuenta que hemos llegado a ser perfectos, porque Él mira nuestro corazón y nuestra buena voluntad de ser cada vez mejores, más buenos. Si no lo logramos, no importa, porque habremos hecho lo posible por lograrlo.
Ya han dicho los Ángeles en Belén que gozan de paz los hombres de buena voluntad. ¿Y qué mejor don que la paz, que gozar de paz en el alma y el corazón, por seguir la voluntad de Dios y hacer bien las cosas?
La voluntad lo es todo, porque con la voluntad se peca y con la voluntad se evita el pecado.
Nunca cometamos el menor pecado, ni siquiera pensando: “luego me confesaré”, porque el pecado más fácil de evitar es el primero, y si lo cometemos, ese pecado nos abre la puerta a un sinnúmero de pecados cada vez más graves.
No se sube a la perfección de golpe, ni se baja al abismo de repente, sino que hay toda una preparación tanto para lo uno como para lo otro. Así que tratemos de no dar nunca un paso mal dado. ¡Nunca un pecado, con plena y deliberada voluntad, por pequeño que sea! porque el pecado venial o leve enferma el alma y la predispone al pecado grave.
Si queremos ser santos, ¡y lo debemos querer!, tenemos que hacer el esfuerzo de luchar cotidianamente con la tentación, porque como bien lo ha dicho el santo Job: “Es milicia la vida del hombre sobre la tierra”.