Amor a Dios.
Éste ha de ser todo nuestro afán, alcanzar el verdadero amor a Jesucristo. Los maestros de la vida espiritual nos describen los caracteres del verdadero amor, y dicen que el amor es temeroso, porque lo único que teme es desagradar a Dios; es generoso, porque, puesta su confianza en Dios, lánzase a empresas para mayor gloria de Dios; es fuerte, porque vence los desordenados apetitos y aun en medio de las más violentas tentaciones sale siempre triunfador; es obediente, porque a la menor inspiración inclínase a cumplir la divina inspiración; es puro, porque sólo tiene a Dios por objeto y lo ama porque merece ser amado; es ardoroso, porque quisiera encender en todos los corazones el fuego del amor y verlos abrazados en divina caridad; es embriagador, porque hace andar al alma fuera de sí, como si no viera ni sintiera, ni tuviera sentido para las cosas terrenas pensando sólo en amar a Dios; es unitivo, porque logra unir con apretado lazo de amor la voluntad de la criatura con el Creador; es suspirante, porque el alma vive llena de deseos de abandonar este destierro para volar a unirse perfectamente con Dios en la patria bienaventurada, para allí amarlo con todas sus fuerzas.
“Práctica de amor a Jesucristo” – San Alfonso María de Ligorio
Comentario:
No hay nada que se pueda comparar a un acto de amor a Dios, porque todas las obras que hacemos, si les falta el amor a Dios, están vaciadas y viciadas. En cambio, las cosas más pequeñas que realizamos, si las hacemos por amor a Dios, entonces tienen un valor incalculable y sirven para alcanzar el Cielo y para hacérselo alcanzar a muchos hermanos nuestros.
Hay entre muchos católicos, incluso practicantes y hasta de misa diaria, que están muy fríos en el amor, y cumplen más con las cosas y funciones sagradas, pero se olvidan de darle amor al Señor.
Que no nos suceda esto a nosotros y, si vemos y notamos que estamos cayendo en la rutina de los sacramentos y en la frialdad de la indiferencia, ¡atención! es hora de sacudirnos ese sopor y encender nuestro corazón con el amor a Dios.
Pero solos no podremos hacerlo, sino que el que nos debe encender el corazón es el mismo Dios, es el mismo Espíritu Santo, y por eso debemos invocarlo y rezar mucho, ya que con la oración obtendremos el cambio de nuestro pobre corazón frío, en un corazón ardiente del amor de Dios, y de la salvación de las almas.