Nos olvidamos del amor.
¡Cuántas veces en el trajín de cada día nos olvidamos del amor, y hacemos todo de forma mecánica y rutinaria, incluso impacientándonos y tratando mal a los demás!
Es que se nos pierde de vista que el tiempo que tenemos a nuestra disposición es precioso y debemos aprovecharlo para amar. Porque no otra cosa nos pide el primero y segundo mandamiento que nos dio el Señor: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.
Del no cumplimiento de estos dos mandamientos, vienen todas las calamidades a la tierra y a nuestra vida.
No esperemos a ser perfectos para amar, porque entonces no amaremos nunca. Sino comencemos a amar así como somos, y con el tiempo nos iremos perfeccionando y santificando, porque el amor quema etapas, y cuando sepamos amar, ya lo sabremos todo.
Amar es desear el bien a los demás, incluso cuando nos son enemigos. Porque Dios es Bueno y quiere que sus hijos sean buenos como Él.
Hay algunos que sueñan con ir a predicar a tierras de infieles, o morir mártires en algún país de paganos. Pero no caen en la cuenta de que los hermanos que tienen a su alrededor, muchas veces están más desprovistos del verdadero cocimiento de Dios que los infieles, y a ellos hay que llevarles la buena noticia, no tanto con las palabras sino con el modo de obrar, caritativo y amoroso.
También el martirio está en nuestro diario vivir, porque si vivimos bien y tratamos de cumplir a conciencia nuestros deberes de estado, entonces encontraremos muchos sufrimientos y cruces cada día, que serán como un verdadero martirio continuado.
¿Por qué un padre y una madre tienen tanta fuerza para criar a sus hijos y salir adelante de todos los problemas de la vida? Simplemente porque aman. Aman a sus hijos y se aman entre ellos, y entonces el amor es siempre el motor para todas las acciones.
Que el amor a Dios y al prójimo sea nuestro motor para hacer grandes cosas por Dios y por los hermanos.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.