Judas Iscariote fue donde los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Qué me daréis, si os lo entrego?” Ellos le asignaron treinta monedas de plata. (Mt 26,14-15)
La traición de Dios a cambio del dinero injusto… ¡Cuántas veces se repite esta historia! ¡Cuántas veces las personas se venden a precio de dinero, de honor, de placeres desordenados, de poder!
Le dieron a Judas treinta monedas de plata, conscientes de que ese dinero estaba manchado de sangre. Y esa sangre no era “sólo” la de un hombre, lo cual sería ya suficientemente grave. ¡Esta sangre era la del Hijo de Dios, la sangre que había de redimirlos, la sangre del Cordero, derramada por el mundo! Ese fue el precio que los sumos sacerdotes pagaron al traidor.
¿Y qué decir de Judas?
“¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le habría valido a ese hombre no haber nacido!” (Mt 26,24)
¡Qué final tan trágico! ¡Y cuánto alcance tienen estas palabras de Jesús!
Treinta monedas de plata…
¿Quizá hemos sentido alguna vez el temor de que también nosotros podríamos ser capaces de negar o incluso traicionar al Señor? ¿Es posible que en las profundidades de nuestro corazón pueda habitar la traición o la negación, y que éstas salgan a la luz en determinadas circunstancias?
¡Nunca debemos sentirnos demasiado seguros de nosotros mismos! También en nuestro interior moran sombras que han de ser redimidas por el Señor. ¡El pecado debe ser rechazado incluso a nivel del inconsciente!
¿Cómo protegernos de la negación o de la traición?
En el corazón puro de la Virgen María podemos encontrar refugio; en una relación confiada con el Señor, como la tuvo San Juan; en el sincero esfuerzo por percibir los movimientos y sentimientos de nuestro corazón, llevando ante Dios todo lo oscuro, egocéntrico, orgulloso y vanidoso. Podemos desvelar ante el Señor nuestra miseria y suplicarle que jamás lo neguemos ni lo traicionemos. Hemos de vencer toda falsa auto-confianza.
¡Sólo en el Señor y en su fuerza seremos capaces de resistir las más duras pruebas! ¡Sólo en Él evitaremos sucumbir a nuestra corrupción interior y ceder a las seducciones que nos vienen de fuera!
El Señor permite las tentaciones, para fortalecer a los Suyos. Tal vez empieza permitiendo pequeñas pruebas para la fidelidad, de modo que estemos armados y preparados cuando lleguen otras mayores.
Con la ayuda de Dios, despojémonos en esta Semana Santa de todo lo que huele a negación y traición en nuestro interior, y profundicemos día a día el amor a Jesús. Así, estaremos armados y bien equipados en el Señor, más allá de lo que podríamos lograr con nuestra buena voluntad y nuestros propios esfuerzos.