Educar a un niño no se reduce a enseñarle a leer, escribir y darle las primeras nociones de las materias de la enseñanza primaria. Tales conocimientos serían suficientes si el hombre hubiera nacido sólo para este mundo. Pero el hombre tiene otro destino: el cielo, Dios. Y para el cielo y para Dios hay que educarlo. Educar a un niño es, pues, hacerle consciente de ese destino maravilloso y sublime y poner a su alcance los medios de conseguirlo. En definitiva, se trata de hacer del niño un buen cristiano y un honrado ciudadano. Formar el corazón es fomentar y desarrollar sus buenas disposiciones, adornarlo de virtudes. Esto se consigue dando buenos principios a los niños, inculcándoles sumo horror al pecado, mostrándoles los encantos y delicias de la virtud y ejercitándolos en ella continuamente, pues la virtud sólo con la práctica se adquiere.
San Marcelino Champagnat