Caridad exquisita.
Tenemos que hacer el propósito de practicar una caridad exquisita con quienes convivimos, puesto que a veces nos sucede que con las personas de afuera somos muy simpáticos y agradables, y con nuestros seres queridos con quienes convivimos bajo un mismo techo, somos de mal genio y de malos tratos.
La caridad bien entendida empieza por casa. Así que esforcémonos por ser amables con los cercanos, para que luego también seamos sinceramente amables con los más lejanos.
Soportemos las faltas y deficiencias de los demás, pues todos tenemos defectos ya que nadie es perfecto, recordando que soportar al prójimo es una obra de misericordia, y quien practica la misericordia, la obtendrá del Señor en el día del Juicio.
A veces, como nos sentimos seguros de los afectos, y sabemos que nuestra madre o nuestro padre no nos dejarán de amar jamás, nos tomamos atrevimientos y los tratamos mal. Y justamente debe ser lo contrario: aprovechar que nos aman, para aumentar más su amor hacia nosotros, mediante un trato amoroso y respetuoso, confiado y bueno, porque el trato con los prójimos más cercanos será el termómetro del amor a Dios.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.