Ejemplos de la protección del Escapulario del Carmen
Ejemplo 47.
Antonio Busto, de Jerez de la Frontera, escribía en julio de 1929: “Me encontraba trabajando en mi oficio de carnicero, cuando se me escapó el cuchillo que tenía en la mano y que debí manejar tan violentamente que me clavé en el vientre la mitad de la hoja.
Yo invoqué a la Santísima Virgen del Carmen, cuyo Escapulario, aunque indigno, llevaba, y Ella me escuchó en aquellos horrorosos momentos.
Ya estoy bien del todo de aquella tremenda herida, que era mortal de necesidad, según aseguraban los médicos, pero como para Dios no hay imposible y más si lo pide su amorosa y bendita Madre, Ella quiso salvarme la vida, para que cuantos años me dure no deje de alabar su infinita misericordia y propagar su devoción”.
Ejemplo 48.
Miguel Ramón Borrás, vecino de Bogotá (Colombia) contó este caso, acaecido a su hijo: El niño Miguel Orlando Borrás Azuero, de 13 años, sufrió un serio ataque de nefritis, complicado con edema cerebral, viniendo a quedar durante tres días completamente ciego, privado del conocimiento, paralizado, en fin, casi muerto. Por tal lo reputaban.
Nada menos que once médicos examinaron al pequeño paciente en la clínica Marly de Bogotá, y todos a una lo declararon desahuciado.
La madre del niño, en el colmo de la desesperación, pero también en el de la confianza, pidió fervorosamente a la Virgen del Carmen, cuyo bendito Escapulario estaba pendiente en el cuello del enfermito, que le concediera milagrosamente la salud al hijo de sus entrañas.
Así sucedió. Al tercer día de aquella muerte aparente, Miguel Orlando, a la vista atónita de cuantos observaban el fenómeno, comenzó a recobrar la salud, volviendo en cierto modo a nacer, pues, el 17 de diciembre, día en que tuvo principio la mejoría, era precisamente su cumpleaños.
Para testimoniar a la Virgen del Carmen nuestro eterno agradecimiento, hemos mandado celebrar una Misa Solemne en su honor, en el mes de julio, consagrado a Ella por la piedad cristiana.
Ejemplo 49.
Carmen Luque de García, hermana de un religioso carmelita, cuenta: “Me encontraba en un estado de desesperación y de angustia extrema debido a una enfermedad de laringe y tráquea, que, a pesar de una doble operación, practicada por cuatro de nuestros mejores cirujanos, no tenía medio alguno en lo humano, había perdido totalmente la voz, y la respiración sólo podía verificarse por una cánula de plata que me fue colocada por la parte externa e inferior de la garganta; así que yo misma veía que mi vida no podía prolongarse mucho.
El pensamiento de tener que dejar a mi marido y a mis hijos pequeñitos era lo que más me atormentaba, a más de que, como Uds. comprenden, siempre es horrible la muerte siendo joven y con hogar feliz.
En estas condiciones acudí ya casi sin fe, para ser sincera, adonde mi hermano Julio a rogarle que me consiguiera de Uds. una reliquia bien milagrosa de un Santo. Él, después de unos segundos de silencio, me preguntó:
–“¿Tienes puesto el Escapulario de Nuestra Santísima Madre?”.
A lo que yo le contesté:
–“No, y no me explico por qué, a pesar de llamarme Carmen”.
Me dio uno y me dijo:
–“¿Qué más reliquia que ésta? Háztelo imponer y prométeme no quitártelo, propagarlo por todas partes y hacer diariamente una visita a Nuestra Madre Santísima rogando por mí y por todas las Órdenes carmelitas del mundo”.
Nos despedimos sin más comentarios, salí de donde mi hermano con una fe tan grande y tan tranquila que comencé esa misma mañana a hacer lo que él me dijo. Esa noche dormí como hacía muchos meses no había podido y cuál no fue mi asombro y el de mi marido cuando al despertar comencé a hablar con voz más inteligible, sin dificultad respiratoria y con un ánimo extraordinario.
Pasados tres días y viendo los progresos cada vez mayores que hacía en mi curación sin remedios de naturaleza alguna, fui al médico de cabecera, el cual quedó mudo de asombro, me quitó la cánula sin hacerme comentarios, y al final, me dijo:
–“¡Es un milagro! La felicito; tómese unas vitaminas y haga su vida corriente”.