La veneración a María no es una veneración cualquiera…
Con la palabra culto llamamos en un sentido amplio a toda aquella especie de manifestación externa de veneración y homenaje a Nuestra Señora, expresión de la fe y el amor que interiormente se profesa a la Madre de Dios. Es decir, entendemos por culto a Nuestra Señora aquellos actos que exteriorizan la religiosidad comprensible por los sentidos[1].
A todos los santuarios marianos van los hijos de María a rendirle culto, a venerarla.
La veneración a María no es una veneración cualquiera. Como dice un santo: “menos Dios cualquier alabanza es digna de ella”. El culto a los santos se llama dulía, el de San José protodulía y el de la Santísima Virgen hiperdulía, es decir, su culto está por encima del de los demás bienaventurados. Es un culto intermedio entre la “latría”, adoración sólo debida a Dios, y la “dulía” o veneración a los santos. Y es a María, confidente benigna, que van a rendir culto sus hijos. Sólo ella conoce el interior de sus hijos y ellos secretamente van y le abren el corazón a esta Madre buena porque conocen cuánto los ama y cuán dispuesta está a favorecerlos. A ella confían sus necesidades, sus dolores, sus alegrías, sus sacrificios, sus promesas, su entrega, sus generosidades.
Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones… y esto se cumple en todos los santuarios del mundo. Van los hijos de María a venerarla y a elogiarla por su grandeza, por sus títulos y en especial por ser la Madre de Dios.
Muchos critican la devoción a María porque para ellos es restar gloria a Jesús, y no es así. Si en la vida natural los hijos se enorgullecen de las alabanzas que hacen a sus padres y los padres se alegran cuando hablan bien de sus hijos ¡cuánto más sucederá esto entre María y Jesús!; Jesús ha elegido a María para que fuese su Madre y todo el que la honra se hace muy agradable a Jesús y a Dios.
No tengamos miedo de venerar con todo nuestro corazón a esta Madre bendita y no tengamos reparo alguno en entregarnos enteramente a ella, en rendirle culto y ofrecerle todo nuestro ser. En esto Jesús se complace y viene a este corazón amante de su Madre y se entrega sin reservas. A Jesús llegaremos por María. Ella es el mejor camino para llegar a Él.
¿Por qué es necesario el culto a María?
“Confieso con toda la iglesia que no siendo María sino una pura creatura salida de las manos del Altísimo, comparada con su Majestad Infinita, es menos que un átomo, o más bien es nada, porque sólo Dios es Aquel que es y, por consiguiente, este gran Señor, siempre independiente y suficiente en sí mismo, jamás ha tenido ni tiene, aun ahora, en absoluto necesidad de la Santísima Virgen para cumplir su voluntad y manifestar su gloria, puesto que a Él le basta querer para hacer las cosas.
Digo, sin embargo, que, supuestas las cosas como son, habiendo querido Dios comenzar y acabar sus mayores obras por la Santísima Virgen desde que la formó, hemos de creer que no cambiará su conducta en los siglos de los siglos, porque es Dios y no puede variar en sus sentimientos ni en su proceder”[2].
Y luego San Luis María explica esta necesidad por el hecho de que María ha sido insertada en el misterio de Cristo, en el de su Encarnación y en los demás misterios de su vida pública.
“Dios Padre no ha dado al mundo su Unigénito sino por María […] El mundo no era digno, dice San Agustín, de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de las manos del Padre; por eso Éste lo ha entregado a María para que de sus manos lo recibiera el mundo. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para nuestra salvación, pero en María y por María. Dios Espíritu Santo ha formado a Jesucristo en María, pero después de haber pedido a ésta su consentimiento por medio de uno de los primeros ministros de su corte.
Dios Padre ha comunicado a María su fecundidad, en cuanto una pura criatura, era capaz de recibirla, para concederle el poder de producir a su Hijo y a todos los miembros de su cuerpo místico.
Dios Hijo ha descendido a su seno virginal, como el nuevo Adán al Paraíso terrestre, para hallar en él sus complacencias y obrar allí en secreto las maravillas de la gracia […]
Ella es la que únicamente lo ha amamantado, alimentado, mantenido, educado y sacrificado por nosotros […]
¡Oh qué gloria tan subida damos a Dios cuando, para agradarle, nos sometemos a María, a ejemplo de Jesucristo, que es nuestro único modelo!
Si examinamos de cerca el resto de la vida de Jesucristo, veremos que ha querido comenzar sus milagros por María […]
Como Dios Espíritu Santo no produce a ninguna otra persona divina, se ha hecho fecundo por el concurso de María, con quien se ha desposado […]
Esto no es querer decir que la Santísima Virgen dé al Espíritu Santo la fecundidad, como si Éste no la tuviera; ya que, por ser Dios, tiene la fecundidad o la capacidad de producir […] Pretendo sólo decir que el Espíritu Santo, por el intermedio de la Santísima Virgen, de la cual quiere servirse a pesar de no haber tenido de Ella necesidad absoluta, redujo al acto su fecundidad, produciendo en Ella y por Ella a Jesucristo y a sus miembros: misterio de la gracia, que desconocen hasta los más sabios y espirituales entre los cristianos”[3].
Hay hombres que directamente niegan culto a la Santísima Virgen porque la consideran una mujer como otra cualquiera, una madre como cualquier otra. Dicen que tuvo más hijos.
Estos están completamente equivocados. María es la Madre de Jesús y Jesús es Dios. María en consecuencia es la Madre de Dios, es decir, su maternidad es maternidad como las demás pero su Hijo es Dios y por tanto su maternidad alcanza la cumbre entre las maternidades. Además su maternidad es sin concurso de varón por eso es virgen antes del parto, durante el parto y después del parto.
María había consagrado su virginidad a Dios, pero Dios, al ver su humildad, la eligió para ser su Madre y fue Madre y Virgen como estaba profetizado por Isaías[4]. Su parto fue milagroso, extraordinario, aunque su alumbramiento fue en un lugar del todo ordinario, en un pesebre de animales.
Y fue virgen después del parto. Si la Sagrada Escritura habla de los hermanos de Jesús habla de sus parientes cercanos. María no tuvo más hijos. La Iglesia llama a María la Siempre Virgen.
Están equivocados los que niegan a María sus privilegios y, en definitiva, no la quieren tener por Madre porque si no la tienen por madre tampoco tienen a Dios por Padre. Porque el que desprecia a María se pone contra el querer de Dios que la ha elegido entre todas las mujeres, entre todos los hombres, para la misión especial de ser Corredentora y para ello la eligió como su Madre. Dios ha querido nacer de María ¡Cómo podríamos nosotros rechazar a esta Virgen gloriosa!
La humildad y la sencillez llevan a postrarse ante la Santísima María para rendirle culto y esto es lo que sucede en todas las iglesias y oratorios. Hijos sencillos y llenos de devoción van a rendir culto a la Virgen y en lo íntimo de su corazón, en conversación confiada, le cuentan sus inquietudes y anhelos. María la más humilde atrae a los humildes y repele a los soberbios.
Todos los hombres guardan en lo íntimo de su corazón un deseo de relacionarse con su madre. Es reprensible el hombre que no ama a su madre, a aquella que lo ha dado a luz, y María nos ha dado a luz a cada uno de nosotros. Somos hijos de Dios y hermanos de Jesús por María. Ella nos ha engendrado por los dolores del parto. Ella ha sufrido por nosotros al pie de la cruz. ¿A quién recurrirá aquel que no tiene Madre? ¿A quién acudirá aquel que rechaza a la que lo ha dado a luz? No podemos negar que tenemos una madre. Todos hemos nacido de madre. Nuestra madre nos engendra para esta vida. María nos dio a luz para la vida del cielo. ¿Cómo no cultivar en nosotros esta Rosa de Jericó? ¿Cómo no cultivar en nosotros el amor hacia ella? ¿Cómo no cultivar en nuestra alma sus virtudes?
María quiere a todos sus hijos pero a cada uno en particular. Ella es la confidente benigna de nuestros cultos. La que quiere que recurramos a Ella como hijos confiados para que nos llene de gracias.
Nuestro culto a María debe estar por encima del que le tenemos a todos los ángeles y santos. Debe estar en conexión con el de Jesús porque la relación entre ambos es estrechísima. María nos lleva a Jesús y Jesús nos mueve a amar más a María. Quien venera a María esté seguro que formará en su alma el fruto de sus entrañas. Quien cultiva en su corazón esta bella planta tendrá la flor que ha nacido de Ella.
P. Gustavo Pascual, IVE