La confianza.
Tener fe en Dios es tener confianza en Él. Es estar completamente seguros de que antes fallarán todas las cosas pero el Señor no nos abandonará, sino que siempre tendremos su auxilio oportuno, porque Él cuida de nosotros, y aún en los momentos en que nos parece que Dios nos ha abandonado, Él sigue estando más cerca de nosotros, que nosotros mismos. Porque como dice el apóstol: en Dios vivimos, nos movemos y existimos.
Si en estos tiempos de apostasía e incredulidad es duramente probada nuestra fe, también es probada nuestra confianza, porque con las cosas que suceden a veces nos preguntamos: pero ¿dónde está Dios?
Mantengamos la calma que todo está bajo control del Señor y nada, absolutamente NADA escapa a su Providencia divina, que dirige todos los acontecimientos humanos a la realización de su designio de amor infinito hacia los hombres.
Pongámonos a pensar cada día en que todo lo que sucede es querido o, al menos, permitido por Dios, y siempre por amor, porque Dios no puede querer el mal, pero lo permite para fermentarlo y sacar bienes de él.
Entonces es tiempo de aumentar nuestra fe, pero también nuestra plena confianza en Dios.
Por algo será que las últimas devociones que Dios ha revelado al mundo son la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la Divina Misericordia. En la primera la jaculatoria es: “Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío”; y en la segunda es: “Jesús en Vos confío”.
Si Dios nos exige confianza, es porque la necesitamos para pasar bien por esta prueba que es la vida del hombre sobre la tierra, y especialmente para pasar la Gran Prueba que ya está sobre la humanidad.
Y esto que decimos no es concepto nuevo, pues en el Credo decimos y afirmamos creer en Dios Todopoderoso. Si Dios es Todopoderoso, ¿qué es entonces lo que no puede Dios? Como el Ángel Gabriel le dijo a María: “No hay nada imposible para Dios”.
Meditemos esto solamente y veremos como renace y se fortifica una gran y sólida confianza en Dios.