Lo podemos sintetizar en algo muy concreto: la vida eterna. Gozar de la comunión de Amor con Dios en el Cielo. Nosotros cristianos sabemos que somos peregrinos en esta tierra y nuestro destino es la Patria Celestial.
Solo ahí vamos a gozar de una felicidad infinita. Mientras estamos aquí en la Tierra, podemos ser felices, pero todavía sufrimos las consecuencias del pecado y de muchas circunstancias de sufrimiento y, finalmente, vamos a morir.
Mientras vivamos aquí «abajo» nos toca descubrir qué sentido darle a nuestra vida, para luego, merecer el gozo del Cielo. Ese sentido cristiano nos brinda paz y serenidad.
¿Cuál es el camino cristiano para la felicidad?
El camino para el cristiano es muy claro. Nos lo dice el mismo Señor en el Evangelio de san Juan: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Juan 14, 6). Así como en varios pasajes, en los que nos dice que: «El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y me siga» (Mateo 16, 24).
Por lo tanto, el camino para el Cielo es claro: pasa por la Cruz. Es más, recordemos que la Salvación que nos ha traído Jesucristo es a través de su muerte en Cruz y Resurrección gloriosa.
Nosotros cristianos participamos de ese Misterio salvífico a través del bautismo. Si bien ese gozo eterno del que les hablo viviremos en el Cielo, ya aquí el Señor nos ha prometido el «ciento por uno».
Porque ya podemos participar espiritualmente y llevar en nuestros corazones el Reino de Dios. Para ello rezamos el Padrenuestro todos los días: «… venga a nosotros tu Reino». Así que se trata de vivir cotidianamente nuestra identidad bautismal de cristianos mientras vivimos la esperanza de participar del Gozo celestial.
¿Cómo vivir la dinámica bautismal?
Romano Guardini en su libro: «La esencia del cristianismo» deja claro que lo principal es nuestra relación personal de amistad con Cristo. Todo lo demás debe ser medio para ese encuentro personal con el Señor.
Se trata de vivir lo que nos invita el apóstol san Pablo: «Que ya no sea yo quien viva, sino Cristo que viva en mí» (Gálatas 2, 20). Para eso nos toca aceptar y cargar con la ayuda de Cristo las cruces que nos toquen en esta vida.
No huir del sufrimiento, sino cargar esas cruces, recordando lo que nos dice Jesús: «Venid a mí los que estáis tristes y agobiados, pues yo soy manso y humilde de corazón, y mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11, 28-30). Puede sonar paradójico, pero en la medida que nos abrimos a las cruces que nos toca cargar y las aceptamos con el peso que tienen, dejamos que «toda la Gloria de Dios se manifieste» (2 Corintios 12, 9-10) en esa fragilidad que vivimos.
Se lo dice el Señor a Pablo, cuando por tres veces reclama el «aguijón de la carne que sufre». Es cuando nos dejamos acompañar por Cristo y subimos junto a Él, a su Cruz, cuando las cosas se hacen más llevaderas.
Medios concretos para seguir a Cristo
Esto merecería todo un curso de teología, pero hablémoslo en pocas palabras. En primer lugar, están los sacramentos que, según el catecismo, son el canal ordinario para recibir Gracia de Dios, sin la cual es imposible crecer en la vida cristiana. Ningún esfuerzo humano puede rendir frutos de conversión, santidad y así, permitir la Vida Eterna, sin la ayuda de la Gracia, que es la Vida de Cristo misma.
Junto con los sacramentos está la vida de oración, que es como el oxígeno que necesitamos para vivir. Nuestra devoción a la Virgen, así como la piedad que podemos tener a los santos, que interceden por nuestra Salvación. Termino esto con las obras de Caridad, que son una manifestación explícita de nuestro amor a Dios. Como nos dice San Juan: «El que dice que ama a Dios a Quien no ve, pero no ama al prójimo que, si ve, es un mentiroso» (1 Juan 4, 20).
Luego, están los hábitos – digamos, más humanos – que son la repetición, en frecuencia e intensidad, de algunas actitudes personales, que se convierten en virtudes – si son, obviamente, hábitos buenos – y nos facilitan para encaminar correctamente nuestra voluntad, para orientar nuestra libertad hacia el Bien, la Belleza y la Verdad.
Manifestaciones claras del Amor de Dios en nuestras vidas. Las virtudes son hábitos que se consolidan en nuestra manera de vivir, y nos hacen crecer como personas, desarrollando nuestro carácter. Sin esa vivencia de las virtudes es muy difícil la conversión. Hay un conocido dicho popular que dice: «A Dios rogando y con el mazo dando».
Nada más para que quede claro este punto de las virtudes, me refiero a las actitudes o disposiciones como la templanza, justicia, generosidad, alegría, orden, laboriosidad; así como las conocidas teologales: fe, esperanza y caridad.