El pecado es la causa de todo mal.
No es el calentamiento de la tierra y la contaminación lo que provoca desastres naturales y catástrofes, desórdenes en la naturaleza y en el mundo, sino que es el pecado la causa de ello.
Tampoco son los motivos humanos las causas de las guerras que hay en el mundo. Sino que las guerras y discordias vienen a causa del pecado, de todos los pecados que cometemos los hombres.
Todas las desgracias y calamidades del mundo y del universo vienen por los pecados del mundo. Y para entender un poco la tremenda gravedad del pecado, basta que miremos lo que le ha costado al Señor Jesucristo el redimirnos de él.
Efectivamente Cristo ha tenido que padecer infinitamente para reparar el pecado de los hombres. Y si meditamos en la crueldad de su Pasión y Muerte, entonces caeremos en la cuenta de lo grave que es el pecado.
¿Pero que esto no se diga por quienes tienen el deber de anunciarlo a los hombres?, es cosa realmente paradójica.
El pecado es la causa de todos los males individuales, familiares, sociales, mundiales y universales.
Desde la caída de los ángeles rebeldes, todo mal viene por el pecado. En cierta forma el único mal es el pecado.
¿Y a qué se debe que esto no se dice, que esto se calla por los que tienen que reconducir a la humanidad hacia el camino del bien?
Se debe a que Satanás ha sido muy astuto para esconder la verdadera causa de todo el caos que hay en la tierra.
Cada uno de nosotros, con nuestros pecados, colaboramos en crear este desorden mundial.
Por eso tenemos que comenzar por nosotros mismos, por convertirnos de nuestra mala conducta, para vivir en gracia de Dios, y así ayudar a encauzar todo hacia el orden y el bien.
Pensemos en estas cosas y abramos los ojos para entender que el verdadero mal, raíz de tantas lágrimas, es el pecado. Y trabajemos entonces para evangelizar y enseñar a los hombres a vivir en amistad de Dios, evitando todo pecado.