Para nosotros, creyentes, la razón esencial en virtud de la cual podemos estar siempre en paz no procede del mundo. «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18, 36). Viene de la
confianza en la Palabra de Jesús.
Cuando el Señor afirma que nos deja la paz, que nos da la paz, sus palabras son palabras divinas, palabras que tienen la misma fuerza creadora que las que hicieron surgir el cielo y la tierra de la nada, el mismo peso que las que calmaron la tempestad, las palabras que curaron a los enfermos y resucitaron a los muertos. Y puesto que Jesús nos declara en dos ocasiones que nos da su paz, creemos que esta paz no se nos retirará jamás. «Los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rom 11, 29). Lo que ocurre es que no siempre sabemos recibirlos o conservarlos, porque con frecuencia nos falta la fe…
«Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).