Cuidad de no dejar que vuestro corazón se turbe, se entristezca, se conmueva o se mezcle con lo que podría causarle inquietud. Trabajad siempre por mantenerlo tranquilo, pues el Señor dice: «Bienaventurados los pacíficos». Hacedlo y el Señor edificará en vuestra alma la ciudad de la paz y hará de vosotros la Mansión de delicias. Lo que desea de vuestra parte es únicamente que siempre que os turbéis recuperéis vuestra calma, vuestra paz en vosotros mismos, en vuestras obras, en vuestros pensamientos y en vuestros movimientos sin excepción.
Lo mismo que una ciudad no se construye en un día, no penséis alcanzar en un día esa paz, ese sosiego interior, pues se trata de edificar una morada para Dios y convertiros en su templo. Y el que tiene que construir es el mismo Dios: sin Él, vuestro trabajo sería inexistente.