Orar por todos.
María, Madre mía, tú oraste por todos, y ahora, desde el Cielo y también con tu cuerpo glorioso en la tierra y en todas partes, sigues orando por todos los hombres. Yo quiero imitarte y rezar por mí y por mis hermanos, incluso por mis enemigos y los que no conocen a Dios o lo rechazan, porque ellos también son tus hijos. Quiero acordarme que todos los hombres son hijos tuyos, Madre mía, y así podré amarlos aunque sean mis enemigos, porque como te amo a ti, no podré no amar a los que son fruto de tu dolor al pie de la Cruz de Jesús, pues allí alumbraste a toda la humanidad y por eso eres la nueva Eva, la Madre de los vivientes, es decir, de todos los hombres. María, te amo con todo mi corazón, y quiero ser bueno para que estés contenta conmigo y así parecerme un poco más a ti, que eres buena con todos, incluso con los ingratos. Quiero decir algo similar al apóstol San Pablo: “Ya no soy yo el que vive, sino María la que vive en mí”. Quiero entregarte toda mi vida, y espero que me concedas una intimidad cada vez más estrecha contigo, Madre querida. Que siempre te sienta a mi lado para no desmayar en el camino, especialmente en los momentos dolorosos que tenga que pasar, te pido que me consueles siempre. Te amo, Madre querida.
Así como todos los días debemos tener por lo menos unos quince minutos de oración personal con Jesús, de ser posible frente al Santísimo Sacramento; así también es necesario que empleemos por lo menos quince minutos de nuestro día a tratar con nuestra dulcísima Madre la Virgen, de ser posible frente a una de sus imágenes benditas.
Con esta práctica nos acostumbraremos a hablar con María y con el paso del tiempo nuestro hablar con Ella se hará ininterrumpido.
¡Ojalá estos textos den sus frutos y que cada vez amemos más a nuestra Madre del Cielo!
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!