Tu dolor, María.
María, Madre mía, tú que sufriste por mí, ten misericordia que soy un pobre pecador. Porque cuando Jesús sufría en la cruz, tú sufrías a la par de Él, y así como Jesús sufrió por todos los hombres; tú también te asociaste a ese dolor y has sufrido por todos, incluso por mí. Pero no sufriste solamente en ese trágico momento del viernes santo, sino que has sufrido desde la Anunciación, cuando ya presentías que tu Divino Hijo debería sufrir mucho para redimir a la humanidad. En la huida a Egipto, en la pérdida de Jesús en el Templo, en el rechazo de las autoridades religiosas de la época. ¡Cuántas lágrimas has derramado a lo largo de tu vida, y también fueron derramadas por mí! Entonces te pido, Madre querida, que recuerdes esas tus lágrimas, y por ellas no me desampares y defiéndeme del enemigo infernal, del mundo y de la carne, porque soy débil y sin tu ayuda estaría perdido. Enséñame a llevar bien mi cruz, porque sé que todos debemos llevar una cruz para salvarnos y completar lo que falta a la pasión del Señor. ¡Te amo, Madrecita mía! ¡Soy todo tuyo!