El primer Mandamiento.
¡Qué lejos estamos de cumplir el primer Mandamiento! Ya desde la Antigua Alianza se nos dice en este mandamiento que debemos amar a Dios con todas las fuerzas, con todo nuestro ser. Pero nuestro amor a Dios es bastante mezquino, y amamos más a otras cosas o personas que al mismo Dios.
No sólo que no amamos a Dios como Él merece, sino que cuando pecamos llegamos a odiarlo, pues el pecado es una afrenta a Dios, y con él nos alejamos del Señor.
Es tiempo de que volvamos a las fuentes de la Verdad, porque todo lo que tenemos que hacer es cumplir los dos grandes Mandamientos, el primero y el segundo, que son: Amar a Dios sobre todas las cosas, y amar al prójimo como a nosotros mismos. Que en definitiva no forman más que un solo Mandamiento.
A veces estamos tan preocupados en “cumplir” cosas, que nos olvidamos del amor, nos olvidamos de que tenemos un Padre Bueno en el Cielo, que nos ama con infinita ternura, y de quien no puede venirnos ningún mal, pues todo el mal que hay en el mundo o que padecemos, no vienen de Dios, jamás.
Pensamos muchas veces en el Dios castigador y vengativo, y no caemos en la cuenta de que Dios es Bueno, y que merece todo nuestro amor de predilección.
En realidad, lo que suele sucedernos es que no conocemos a Dios, o le conocemos mal. Porque tenemos una idea equivocada del Señor.
En esta Navidad que hemos vivido hemos visto que Dios se ha hecho un Niño pequeñito y pobre, necesitado de todo y, principalmente, necesitado de cariño, de amor. Dios se ha presentado de esa forma para que no le tengamos miedo, sino para que lo tomemos en nuestros brazos y lo introduzcamos en lo más profundo de nuestros corazones.
No le tengamos miedo a Dios. Adán, después del pecado, se escondió de Dios porque le tuvo miedo. No hagamos lo mismo nosotros, sino abramos de par en par nuestro corazón a Dios que viene a nosotros con infinito amor y ternura.
A veces se dice que Dios castiga, y la Biblia también lo menciona. Pero no es que el mal venga de Dios, porque de Dios no puede venir ningún mal. Sino que a veces Dios permite el mal, y ese es el castigo. Pero no es que Dios haga el mal, jamás.
Entonces meditemos en este Dios que es Amor, como lo dice el Apóstol, y centremos toda nuestra vida espiritual en amar a Dios con todas nuestras fuerzas, que estamos todavía muy lejos de cumplir este precepto.