El pecado.
El pecado es un mal, es el gran Mal, y aunque muchos hoy digan que es algo pasado de moda o que ya no existe, miremos a la Cruz de Cristo y veremos lo que el Señor tuvo que sufrir para librarnos de él.
En realidad el pecado es el único verdadero mal, y causa de todos los males que hay en el mundo. Debemos huir del pecado como de la peste, porque éste mata nuestra alma, o si es venial, la enferma, y la pone en manos de Satanás, que así tiene poder sobre nosotros y nos va llevando por el camino de la perdición.
Digamos como decían los santos: “Morir, antes que pecar.” Y tratemos de cumplirlo, pues solo tenemos esta vida sobre la tierra y no hay otra, y en ella debemos actuar bien y morir bien, es decir, en gracia de Dios, para salvarnos e ir al Cielo. Pensemos en cuántos condenados que están hoy en el Infierno, quisieran volver el tiempo atrás y no pueden ni podrán nunca más. Nosotros, que aún estamos en el tiempo y tenemos a nuestra disposición la Misericordia de Dios, no lo desaprovechemos y seamos inteligentes y sensatos. No actuemos como los locos que no saben lo que hacen. Porque debemos pensar en que un día moriremos. Tal vez dentro de muchos años, tal vez dentro de meses, o tal vez esta misma noche. ¿Y qué será de nosotros si la muerte nos encuentra en pecado grave? Pensemos que según sea nuestra muerte, así será nuestro destino eterno. Pidamos, por tanto, la perseverancia final, que tanto pedían los Santos, es decir, el morir en amistad con Dios, que la muerte nos encuentre con las lámparas encendidas para que no nos trague la noche eterna.
Y para lograr la perseverancia final, es necesario pedirla en la oración, porque Dios nos quiere dar sus auxilios, pero a cambio de que se los pidamos en la oración. Ya lo dijo San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva, y el que no reza se condena”, y es una gran verdad. Si queremos salvarnos debemos rezar, por lo menos las tres avemarías cada día, que son prenda de salvación eterna. Si el cuerpo no respira y se alimenta, se muere. Si el alma no respira a través de la oración, y no se alimenta a través de los Sacramentos, entonces no está lejana su muerte, y si termina así sus días en este mundo, pasará a una eternidad de horror.
Si esto nos asusta un poco, es mejor que nos asustemos ahora que todavía estamos a tiempo de cambiar, y no cuando ya sea demasiado tarde y merezcamos el horror eterno. ¡Pensémoslo!