Ayuda de Dios.
Es bueno tratar de ser santos. Pero con nuestra sola buena voluntad no alcanza, sino que necesitamos la ayuda de Dios, porque la obra de la santificación de un alma es obra más de Dios que del alma. Entonces tenemos que pedir esa ayuda a través de la oración y de la recepción de los sacramentos.
¿Qué santo no rezó, o rezó poco? Ninguno. Todos los santos han rezado mucho, y han hecho de su vida una vida de oración intensa, dando a la oración el primer lugar y el mayor tiempo.
Veamos qué lugar le damos nosotros a la oración, y comprobaremos que tal vez estemos lejos de alcanzar la santidad, porque no ponemos a la oración en el primer lugar.
Si San Alfonso María de Ligorio ha dicho que quien reza se salva y quien no reza se condena, nosotros también podemos decir, sin temor a equivocarnos, que quien reza mucho llegará a santo y quien no reza mucho jamás llegará a ser santo.
Dios tiene preparados tesoros de gracias y dones para nosotros, pero sólo nos los dará si se los pedimos en la oración. Es culpa nuestra si no queremos movernos, si no queremos rezar, y así perdemos el don del gran milagro de la santificación de nuestra alma, de hacernos santos, que es la obra más grande a la que un hombre puede aspirar. Porque vale más la santificación del alma, que todas las obras exteriores que ella realice, por muy grandes que sean éstas.
Así que recemos mucho. A partir de hoy comencemos a orar más, que orar, rezar, es tratar de amor con quien sabemos nos ama. La oración no es un monólogo o repetir palabras vacías, sino es hablar con Dios a quien amamos y sabemos nos ama.