La relación entre la Virgen María y el Espíritu Santo
Desde los inicios del cristianismo, los santos se han centrado en la estrecha relación entre la Virgen María y el Espíritu Santo.
San Lucas comenzó su evangelio presentándonos a María cubierta por el Espíritu en el momento en que concibió al Hijo de Dios (Lucas 1, 35). Comenzó su segundo libro, los Hechos de los Apóstoles, mostrándonos a María orando con la Iglesia, pidiendo al Espíritu Santo que llegara con poder (Hechos 1:14). Más cerca de nosotros, san Maximiliano Kolbe habló de la relación especial que existe entre el Espíritu Santo y María. “Ambos comparten —escribió— una misma maternidad: "la divina Maternidad del amor”.
No soy ningún santo, pero hablo extensamente de esta relación en uno de mis libros, Primero llega el amor. Así que no puedo describir la alegría que sentí en 2018 cuando el papa Francisco estableció una nueva festividad: la conmemoración de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, la cual se celebrará el lunes siguiente a Pentecostés, el mismo día después de la gran festividad del Espíritu Santo.
Se trata de un gran avance, el culmen de una larga tradición. Las Iglesias orientales honran a María como “Icono de la Iglesia” y como “Icono del Espíritu”. La maternidad de María es una con la de la Iglesia y la del Espíritu. Así como concibió a Jesús y lo crio, así nos cría maternalmente hoy a nosotros, hijos de la Iglesia. Por el poder del Espíritu Santo, que recibimos en nuestro bautismo, compartimos la vida de Jesús: compartimos su casa (Cielo), su mesa (Misa) y su madre (María). Somos hermanos y hermanas del único Hijo de María y, por tanto, somos su "otra descendencia" revelada en el libro del Apocalipsis (12, 17).
Esta fiesta no podría haber llegado en un mejor momento a mi vida: cinco años antes había hecho mi primera consagración mariana con mi familia. A medida que me hago mayor, más reconozco mi dependencia de los demás, pero especialmente de nuestra Santísima Madre y del Espíritu Santo, que es el cimiento mismo de mi consagración.
El honor que damos a María no le quita nada a Dios. Esto es lo que afirmó el Concilio Vaticano II: "El deber maternal de María hacia los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, sino que, al contrario, manifiesta su potencia". María es la obra más grande de Jesús. Ella es la gran manifestación del Espíritu.
Necesitamos esta festividad. ¿Cómo podemos dudarlo? Estamos viviendo muchas crisis en nuestra sociedad y en la Iglesia. La maternidad está en crisis, la familia está en crisis. La gente decente se siente desanimada. Una generación criada sin religión no se encuentra liberada, sino encadenada en la cubierta de un barco sacudido por las olas de la opinión y sumergida por rumores de falsa ciencia.
Necesitamos a María, Madre de la Iglesia. Cuando llegamos a ello, obtenemos el Espíritu y todos los dones y frutos del Espíritu. “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3, 17).