Sólo por amor.
Apareciéndose cierto día Jesucristo a la beata Bautista Varanais, le dijo que “tres eran los favores de mayor precio que Él sabía hacer a las almas sus amantes: el primero, no pecar; el segundo, obrar el bien, que es de más subido valor; y el tercero, que es el más cumplido, padecer por amor a Él”. Conforme a esto, decía santa Teresa de Jesús que, cuando alguien hace por el Señor algún bien, el Señor se lo paga con cualquier trabajo. Por ello, los santos daban en sus contrariedades gracias a Dios. San Luis, rey de Francia, hablando de la esclavitud padecida por él en Turquía, decía: “Gozo y doy gracias a Dios, más por la paciencia que entre las prisiones me ha concedido, que si hubiera conquistado toda ola tierra.” Y santa Isabel, reina de Hungría, cuando, a la muerte de su esposo, fue expulsada de sus estados con su hijo, abandonada de todos, entró en una iglesia de franciscanos e hizo cantar en ella un Te Deum en acción de gracias porque así la favorecía Dios, permitiéndole padecer por su amor.
“Práctica de amor a Jesucristo” – San Alfonso María de Ligorio
Comentario:
En el Padrenuestro pedimos a Dios que nos libre de todo mal, y está muy bien el pedirlo y desear que Dios nos libre de toda adversidad.
Pero cuando una persona comienza a conocer el amor de Jesucristo, lo que Él padeció por los hombres y por ella en particular, entonces comienza a enardecerse en amor al Señor, y va descubriendo que el padecer pruebas y trabajos es asemejarse al Señor, y ayudar a salvar almas como Él las salvó con su sufrimiento.
Esto es lo que le sucede a los Santos, que piden sufrimientos y cruces y están como locos de amor por Dios y por los hermanos.
Nosotros tal vez no estemos todavía en esas alturas, y por eso no debemos pedir sufrimientos. Basta que tratemos de aceptar con resignación cristiana los que nos vengan y que pidamos a Dios que nos libre de ellos. Y si más adelante estamos más inflamados de amor a Jesucristo y lo vamos conociendo más y penetrando en su divino y Sagrado Corazón, entonces naturalmente iremos apreciando más las cruces de la vida y hasta tal vez pediremos algún sufrimiento o haremos algunas penitencias para asemejarnos al Señor crucificado. Pero esto se debe dar naturalmente y no forzar nada, puesto que el amor debe ser el motor, y como nadie ama lo que no conoce, debemos comenzar por conocer cada día más profundamente a Jesús, y así, con el tiempo, nos enardeceremos de amor por Él, y llegaremos a las más altas cumbres de la santidad.