La lucha
El que quiere ser cristiano y no se prepara para la lucha, está equivocado y va a la deriva y a una derrota segura, porque como dice Job: “Es milicia la vida del hombre sobre la tierra”, es decir, es prueba, es lucha, y como tal debemos tomarla y prepararnos concienzudamente a la batalla que deberemos combatir contra los enemigos del alma: mundo, demonio y pasiones.
Por algo a Dios se lo llama muchas veces en las Sagradas Escrituras “Dios de los ejércitos”, y es porque a sus órdenes tiene los ejércitos de los ángeles buenos, a cuya cabeza está San Miguel Arcángel; que combaten contra el ejército de los demonios, cuyo cabecilla es Lucifer.
Ya al principio hubo una lucha en el Cielo entre los ángeles buenos y los ángeles malos y, desde ese momento hay una irreconciliable enemistad entre el Bien y el Mal, y la lucha sigue y no terminará sino al fin del mundo, donde quedará solamente Cielo e Infierno, éste último sellado para siempre con el número intocable de los réprobos.
Y mientras peregrinamos sobre la tierra, los hombres, especialmente los cristianos, tenemos la misión de librar el buen combate, porque no podemos permanecer al margen de esta lucha sempiterna y debemos tomar posición bajo uno de los dos caudillos: Cristo o Satanás. Y si decidimos estar con Cristo, debemos cumplir sus mandamientos, porque si pecamos nos pasamos al bando contrario y somos instrumentos del demonio.
No debemos tener miedo, pero tenemos que ser prudentes y esforzados, empuñando las armas de la oración y la penitencia, armas con las cuales venció eternamente el Verbo de Dios. Recordemos que en esta lucha se juega más que nuestra cabeza, nuestra propia alma. Tomemos las cosas en serio y decidámonos de una buena vez por la santidad y el heroísmo.
¡Ave María purísima!
¡Sin pecado concebida!