La resurrección.
Muchas veces nos olvidamos que al fin del mundo resucitaremos como Cristo resucitó de la muerte. Y es que pensamos en la muerte y que luego iremos al Cielo pero nos olvidamos de que nuestro cuerpo, que quedó en el sepulcro, al Fin del mundo resucitará con nosotros.
En el momento de nuestra muerte corporal se produce el juicio particular, donde Jesucristo juzga nuestra alma y da la sentencia inapelable: Cielo o Infierno, según sea si hemos muerto en gracia de Dios o en pecado mortal respectivamente. Si nuestro destino es el Cielo, tal vez tengamos que purificarnos antes de los pecados cometidos pasando por el Purgatorio, pero ya tendremos asegurada nuestra salvación y en medio de las penas purgantes, estaremos felices de sabernos salvados para siempre.
Pues bien, al fin del mundo nuestra alma estará o en el Cielo o en el Purgatorio o en el Infierno. Ese Día, el último, todos resucitaremos para el Juicio Universal, las almas que están en el Cielo se unirán a sus cuerpos gloriosos, y las almas que están en el Infierno se unirán a sus cuerpos horribles. Las almas del Purgatorio se unirán a sus cuerpos gloriosos pues ya el Purgatorio dejará en ese día de existir. Y después de oír la sentencia definitiva de Dios sobre todos los hombres, cada uno volverá a su lugar de destino eterno para ser premiado o castigado por toda la eternidad.
Y seremos nosotros mismos, con este cuerpo que tenemos ahora, no otro, los que deberemos estar o en el Cielo o en el Infierno. Así que pensemos si vale la pena arriesgar la vida eterna, la salvación eterna por un placer mezquino, por un pecado de impureza o de cualquier tipo, arriesgándonos con ello a sufrir eternamente en el alma y en el cuerpo.
Pensemos frecuentemente en que resucitaremos con este mismo cuerpo, y que no existe la reencarnación, sino que el hombre tiene una sola vida en la que merece premio o castigo, según sea su obrar grato a Dios o contrario a sus leyes.
Recordemos que esta vida de la tierra pasa veloz y luego viene la eternidad. Seamos sobrios y prudentes, porque será nuestro propio pellejo el que reciba premio o castigo.