No desesperemos.
Almas culpables, no tengan miedo del Salvador; fue especialmente para ustedes que Él descendió a la tierra. No repitan el grito de desesperación de Caín: “Mi maldad es tan grande, que no puedo yo esperar perdón”.
¡Eso sería desconocer el Corazón de Jesús!
Jesús purificó a la Magdalena y perdonó la triple negación de Pedro; abrió el Cielo al buen ladrón. En verdad, les aseguro: si Judas hubiese ido a Él después del crimen, Nuestro Señor lo habría acogido con misericordia.
¿Cómo, pues, no les perdonará también?
(De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent)
Comentario:
Hay algo que es más grave que el pecado, y es el desconfiar de la misericordia de Dios, desconfiar de que Dios nos pueda perdonar. Y en esto tiene mucho que ver el demonio, que luego de hacernos pecar, quiere convencernos de que para nosotros no puede haber perdón de Dios, que estamos malditos y que Dios nos maldice.
Es una última jugada del diablo, con la que espera arrebatarnos para siempre de los brazos de Dios. No le prestemos oídos, y hagamos como el niño que se da cuenta de que ha roto algo, pero que sabe que el padre lo puede arreglar todo. También Dios puede arreglar todo lo que hemos roto con el pecado, porque Él es Todopoderoso, y como está fuera del tiempo, el Señor bien sabía que habríamos de cometer esos pecados, y desde antes de la creación ya preparó el remedio para solucionarlo, y nos perdona con anticipación.
No hay que pecar, pero si tenemos la desgracia de pecar, no desconfiemos del perdón de Dios, porque Jesús vino a la tierra a buscar lo que estaba perdido, y no hay nadie que tenga más derecho a la Misericordia divina que el más grande pecador. Es más, cuando uno es un grandísimo pecador, tiene muchas posibilidades de llegar a ser un santo grandioso si se abre a la Misericordia divina.
Tenemos que estar convencidos de que no hay que pecar, pero en realidad hasta el mismo pecado puede ayudar a subir más alto, a hacernos perfectos, porque así como el hortelano echa abono, estiércol a las plantas para que éstas crezcan robustamente; así también el Señor se sirve de nuestra suciedad y nuestros pecados para hacernos dar frutos, porque Dios todo lo puede, y del mal sabe sacar muchos bienes para nosotros y para el mundo entero. Si no fuera así, el Señor no permitiría de ninguna manera ni el mal ni el pecado. Si lo permite, es porque lo sabe encauzar para el bien. Confiemos en Él, entonces.