La muerte.
La muerte, tan temida por los hombres de este mundo moderno, era para los santos el momento principal de su vida al que tendían día y noche, esperando que llegue para entrar al Cielo y pasar a gozar eternamente de la posesión absoluta de Dios, que es la Felicidad infinita.
Pero hoy en día, la muerte se tiene como algo trágico y espantoso. Y en cierta forma tiene razón el mundo de pensar así, porque este mundo descreído, que vive en pecado mortal y tiene la conciencia intranquila, es lógico que tenga terror a la muerte, que presiente que será el principio de sufrimiento tremendo y desesperación en el Infierno.
Vivamos, entonces, de tal manera que no temamos a la muerte, sino que siempre estemos preparados, “con las valijas hechas”, es decir, en gracia de Dios, viviendo siempre en amistad con el Señor, para que cuando nos llame a su presencia, vayamos confiados en nuestra salvación eterna y en que el Juicio será a nuestro favor.
La muerte es el momento más importante de la vida, valga la paradoja, y según cómo muramos, así será nuestro destino eterno. Si morimos en gracia de Dios, nos espera el Paraíso para siempre; si morimos en pecado mortal, nos espera el Horror eterno en el Infierno.
¿Vale la pena preocuparse excesivamente por las cosas que no tienen tanto valor en este mundo? ¿Es prudente vivir toda la vida sin pensar en este punto de llegada y a la vez de partida, que es la muerte, por el que todos tendremos que pasar y donde se decidirá nuestra eternidad?
Parece de locos, pero es lo que sucede hoy en día. Se trata de gozar de todo, como si nunca fuéramos a morir. Abramos lo ojos y no nos dejemos engañar por Satanás, que nos esconde el momento de nuestra muerte para que vayamos a ese momento impreparados.
Y para estar preparados hay que confesarse frecuentemente, para vivir así en gracia de Dios y no tener miedo a la muerte.