Introducción:
El Vía Crucis (traducido: "Camino de la Cruz") es una oración que tiene como objetivo hacernos conocer y meditar la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en su camino al Calvario. Éste camino comienza en la casa de Pilatos, donde Jesús es condenado a muerte, y finaliza en el Monte Calvario donde muere. Se representa por medio de una serie de imágenes de la Pasión a las que se las llama "Estaciones" y corresponden a incidentes particulares que Jesús sufrió por nuestra salvación.
Las estaciones son 14:
Jesús es condenado a muerte
Jesús carga con su cruz
Jesús cae por primera vez
Jesús se encuentra con su Santísima Madre
El cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Jesús cae por segunda vez
Jesús encuentra a las santas mujeres que lloran por Él
Jesús cae por tercera vez
Jesús es despojado de sus vestiduras y le dan a beber hiel y vinagre
Jesús es clavado en la cruz
Jesús muere en la cruz
Jesús es bajado de la cruz y colocado en brazos de su Santísima Madre
Jesús es sepultado
Comienzo de la Oración:
En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de contrición:
Dios mío, yo te amo con todo mi corazón y sobre todas las cosas. Yo me arrepiento de todos mis pecados porque te ofenden a Ti, que eres tan Bueno. Señor, perdóname y ayúdame para que nunca más vuelva a ofenderte, que yo así te lo prometo.
Jesús es condenado a muerte
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Jesús es condenado a muerte por Pilatos. Éste primero intenta dejarlo libre ya que sabía que lo acusaban por envidia; pero luego, por miedo a los que allí se habían reunido, se lava las manos delante de ellos y se los entrega para que lo crucifiquen.
Intención:
Oh Jesús, que no juzguemos a nadie para que el Padre del Cielo no nos juzgue a nosotros. Amén. Padre nuestro...
Oración final:
Por condenarte injustamente, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús carga con su Cruz
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Luego de hacer que lo condenen, tomaron a Jesús y le hicieron cargar la cruz en la cual iba a morir, teniendo que llevarla sobre sus hombros desde el pretorio hasta el monte Calvario.
Intención:
Oh Jesús, que sepamos nosotros cargar con nuestra cruz como Tú lo hiciste, aceptándola como Tú la aceptaste. Amén. Dios te salve...
Oración final:
Por tu pesada Cruz, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús cae por primera vez
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
En su camino al Calvario, Jesús cae por primera vez. A pesar de estar muy débil por los latigazos y por las espinas de su corona, Él se levanta y sigue.
Intención:
Oh Jesús, danos tu fuerza para que en cada caída, podamos levantarnos y seguir camino al Padre. Amén. Gloria al Padre...
Oración final:
Por tu primera caída, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús se encuentra con su Santísima Madre
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Jesús había sido abandonado por todos; hasta sus más cercanos amigos lo dejaron por miedo a que les ocurriera lo mismo. Pero no estaba solo, su Madre lo acompañaba en sus sufrimientos como lo acompañó durante toda su vida. María amaba a Jesús más que cualquiera de nosotros y su sufrimiento por Él fue tan grande como ningún otro entre los seres humanos.
Intención:
Oh Jesús, que aprendamos a aceptar nuestros sufrimientos como tu Madre aceptó los suyos. Amén. Dios te salve...
Oración final:
Por los Dolores de tu Santísima Madre, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
El cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Simón, el cireneo, volvía de trabajar del campo y se acercó al camino para ver que estaba sucediendo. Los soldados, al ver a Jesús tan débil, obligaron a Simón a ayudarlo.
Intención:
Oh Jesús, que nosotros ayudemos a los demás sin medir cuanto nos cuesta hacerlo. Amén. Padre nuestro...
Oración final:
Por tus Sufrimientos, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
La sangre que salía de las heridas que le provocaron las espinas se derramaba en su rostro, también el sudor corría por su cara, entonces la Verónica se acercó y lo secó con un paño en el cual quedó grabada su Imagen.
Intención:
Oh Jesús, haz que veamos las necesidades de los demás y los auxiliemos. Amén. Gloria al Padre...
Oración final:
Por tu Sangre derramada, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús cae por segunda vez
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Por segunda vez, el peso de la cruz vence su resistencia, y por segunda vez Jesús se levanta y sin quejarse sigue adelante.
Intención:
Oh Jesús, que el peso de nuestra cruz no nos venza, que nuestras caídas no nos separen de Ti. Amén. Padre nuestro...
Oración final:
Por tu segunda caída, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús encuentra a las santas mujeres que lloran por Él
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Muchas mujeres que lo habían seguido mientras predicaba, lo siguen ahora en su camino llorando por Él. Pero Jesús les dice: "Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos..." "...porque si así tratan a la leña verde ¿Qué será de la leña seca?" .
Intención:
Oh Jesús, pide al Padre para que por medio de tu Sacrificio, no recibamos el castigo que merecemos por nuestros pecados. Amén. Padre nuestro...
Oración final:
Por haberte maltratado injustamente, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús cae por tercera vez
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Estaba muy débil, sufría los dolores de la cruz, de los latigazos recibidos, de la corona de espinas..., y otra vez cae. Sin embargo su debilidad y todos sus dolores no lo detienen, otra vez se levanta y sigue.
Intención:
Oh Jesús, perdona nuestros pecados que tanto te hicieron sufrir. Amén. Gloria al Padre...
Oración final:
Por tu tercera caída, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús es despojado de sus vestiduras y le dan a beber hiel y vinagre
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Al llegar al monte Calvario, le dieron de beber vino con hiel, Él lo probó pero no quiso tomarlo; luego le quitaron sus vestiduras y se las repartieron. Así se cumplió lo que estaba escrito: "se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica".
Intención:
Oh Jesús, que fuiste el más humilde de todos, haz que nosotros seamos más humildes, como Tú nos enseñaste. Amén. Padre nuestro...
Oración final:
Por nuestra falta de humildad, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús es clavado en la cruz
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Jesús es clavado en la cruz como si fuera un malhechor, cumpliéndose así lo que estaba escrito: "han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos" y "fue contado entre los malhechores".
Intención:
Oh Jesús, haz que nosotros nos ofrezcamos a los demás como Tú lo hiciste por nosotros. Amén. Dios te salve...
Oración final:
Por nuestro egoísmo, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús muere en la cruz
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Aún en su última hora, Jesús es el más manso cordero, y en vez de quejarse o maldecir a los que lo habían castigado sin motivo, pide al Padre por ellos diciendo: "perdónalos Padre pues no saben lo que hacen". Y para que se cumpliera la Escritura hasta el final, Jesús dijo: "tengo sed"; entonces empaparon una esponja con vinagre y se la acercaron; después de beber el vinagre dijo: "Todo se ha cumplido" e inclinando la cabeza expiró.
Intención:
Oh Jesús, que por medio de tu Pasión y tu Muerte, podamos todos compartir la Vida Eterna contigo. Amén. Gloria al Padre...
Oración final:
Por tu Muerte, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Jesús es bajado de la cruz y colocado en brazos de María
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
Todo se había cumplido. Jesús es bajado de la cruz y su cuerpo destrozado es colocado en brazos de su Madre. María sufre el dolor más grande, y así se cumple la profecía que Simeón le había hecho: "una espada te atravesará el corazón".
Intención:
Oh Dulcísima Madre, por todos los sufrimientos que padeciste, ayúdanos a sobrellevar nuestra cruz. Amén. Dios te salve...
Oración final:
Por nuestra intolerancia, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Decimacuarta Estación
Jesús es sepultado
Oración inicial:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
Relato:
José de Arimatea, que se había hecho discípulo de Jesús, fue a ver a Pilatos para que le entregara el cuerpo; éste le da permiso y entonces José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y lo sepultó en un sepulcro nuevo que había mandado a cavar en la roca.
Intención:
Oh Jesús, así como luego de morir resucitaste, haz que nosotros también resucitemos y vayamos contigo al Cielo, para estar en presencia del Padre. Amén. Gloria al Padre...
Oración final:
Por tu Pasión, perdón Señor piedad, si grandes son nuestras culpas, mayor es tu Bondad.
Según las intenciones de S. S. Benedicto XVI, para ganar las indulgencias concedidas a los que realicen el Vía Crucis:
Padre nuestro...
Dios te salve...
Gloria al Padre...
Por la conversión de los pecadores:
Dios te salve, Reina y Madre...
Padre, líbranos de todo mal. Con tu Santa Sabiduría Señor, sálvanos de todo pecado. En nombre de todos cuantos te queremos, Señor, llévanos por el camino del Bien.
En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.
Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.
40 días
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.
La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.
La conversión cuaresmal en un tiempo de crisis
Mis queridos hermanos y amigos:
Se acerca una nueva Cuaresma, tiempo inmediato de preparación para una nueva celebración del Misterio de la Pascua de Cristo, siempre presente y actuante en la vida de la Iglesia y, a través de ella, en la sociedad y en la vida de cada hombre que viene a este mundo. Se nos acerca la Cuaresma en un tiempo de crisis. Crisis económica, persistente y grave como pocas veces en el más próximo y alejado pasado. Los especialistas nos remiten a la crisis financiera del año 1929. Crisis de nuestra economía con unas consecuencias dolororísimas para muchas personas y familias. Se pierde el trabajo; se teme perderlo; se teme al futuro: ¿quién y cómo se garantizarán las prestaciones para el desempleo, la jubilación, la vejez, la enfermedad…? La inquietud es grande. La dura realidad de lo que se experimenta cada día en la vida personal, familiar y social avala, cuando no impone, esa impresión de incertidumbre y tensa preocupación que se advierte en los ambientes más populares y en la opinión pública.
¿Qué nos ha fallado? ¿En qué hemos fallado todos? Es indudable que se pueden señalar con acierto causas de orden técnico: de ciencia y praxis económica, sociológica, política y jurídica. Esas causas, sin embargo, no lo explican todo. Las más decisivas hay que buscarlas en el ámbito de las conciencias y en el uso de la libertad. Son de naturaleza ético-moral y espiritual y tienen que ver con el ejercicio auténtico, veraz e insobornable de la responsabilidad personal y colectiva. En el fondo, no se quiere aceptar una concepción y una consiguiente realización del hombre y de su vida en conformidad con las exigencias más profundas de su ser y de su destino, en el tiempo y más allá de él. Benedicto XVI, en su reciente y luminosa Encíclica “Caritas in Veritate” del 29 de junio del pasado año, caracterizaba la forma de plantearse hoy, en medio de la crisis global de la economía, lo que podríamos llamar la cuestión social contemporánea, como una crisis o cuestión antropológica: “la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica”, dice el Papa (C.V. 75). Es más, advierte que “se necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese “algo más” que la técnica no puede ofrecer” (C.V. 77).
Reconocer esa naturaleza moral y espiritual de las causas últimas de la situación actual de la sociedad -¡de nuestra sociedad!-, profundamente herida por las secuelas de la crisis financiera y económica, urge y exige conversión: conversión personal y conversión social y cultural; de algún modo, conversión política y jurídica. Conversión de las conciencias a la justicia y a la caridad. Hay que estar dispuestos, en la vida privada y en la pública, a volver no sólo a “dar cada uno lo suyo” -lo que le pertenece en términos de puro cálculo de intereses-, incluso a distribuir cargas y beneficios con una cierta y ponderada objetividad y a promover justicia social y solidaria -todo ello, imprescindible para asegurar un mínimum de moralidad en las relaciones económicas, sociales y políticas- sino que, además, hay que abrirse a una actitud guiada e impulsada por una virtud cualitativamente superior: la de la caridad, es decir, la del servicio al prójimo por amor, asumiendo sacrificios y renuncias en aras del bien común. Hay que buscar, en definitiva, aquel bien -y/o aquellos bienes- que no se pueden garantizar por ley: la justicia y la bondad de corazón, la rectitud de conciencia, la superación de los egoísmos personales y colectivos. Hay que dar a Dios lo que es de Dios para poder dar al hombre lo que se le debe: los bienes materiales que le pertenecen por justicia -¡por supuesto!-; pero, sobre todo, el amor, sin el cual a la postre tampoco se es capaz interiormente de guardar y cumplir imparcialmente las exigencias de la justicia.
La Liturgia del Miércoles de Ceniza nos lo recuerda con el elocuente simbolismo de la imposición de la ceniza: “Acuérdate de que eres polvo y en polvo te has de convertir”. El significado primero de la fórmula litúrgica es inequívoco. La muerte física espera al hombre al final de su vida terrena. En el trasfondo de ese recuerdo inexorable del tener que morir físicamente, se encuentra la realidad de nuestro quebradizo mundo interior, de esa dificultad, arraigada en nuestra naturaleza más íntima, vulnerada por las consecuencias del pecado original, para remontar moral y espiritualmente la tentación del egoísmo, de la soberbia autosuficiente, del Yo encerrado en sí mismo: en su conveniencia y placeres, en sus afanes de poder y en la soberbia de la vida. Por ello, en la misma liturgia de “la ceniza” aparece una segunda fórmula expresada en forma de exhortación: “convertíos y creed en el Evangelio”. Para salir del abismo de esa muerte del alma, que tanto condiciona la posibilidad de la victoria definitiva sobre la muerte del cuerpo, es necesario, como enseña Benedicto XVI en el Mensaje para la Cuaresma de este año, “un éxodo más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar”.
¿Con quién y cómo se puede alcanzar esa justicia que ha de ser más que la justicia “a lo humano”? ¿qué sólo puede venir de Dios? La respuesta de la fe nos la actualiza la Iglesia siempre que inicia un nuevo itinerario cuaresmal de oración, de penitencia y caridad preparándose para la celebración fructuosa de la Pascua del Señor: con Cristo y por su justicia, que es “la justicia que viene de la gracia”. La gracia que se alcanza por la oblación de su Carne y de su Sangre en la Cruz y que brota de su Divino Corazón como de un manantial inextinguible de amor infinitamente misericordioso. Creer en el Evangelio -¡la exhortación apremiante del Miércoles de Ceniza!- equivale a convertirse a Cristo, a abrazarse a su Cruz, a vivir esa maravillosa y desbordante justicia de Cristo Crucificado en todos los ámbitos de la propia existencia: ¡rendirse a su amor y no rebelarse contra Él!
Este es el camino espiritual de la Cuaresma, el que hemos de recorrer siempre de nuevo los hijos e hijas de la Iglesia, sobria y humildemente, no para que nos vean los hombres sino para que nos vea el Padre que está en los cielos. En esta Cuaresma dolorida por los sufrimientos y carencias causadas por la crisis social y económica en tantas personas y familias conocidas y desconocidas -pero todas, queridas- la habitual invitación a la conversión adquiere una evidente y urgente gravedad: ¡no hay tiempo que perder en la vuelta a la Ley y a la Gracia de Dios que se nos hace próxima, accesible y amable en Jesucristo Crucificado y Resucitado, el Salvador y Redentor del hombre, en su Palabra y en sus Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía! Vuelta, a la que se llega pronto por la vía de la oración sincera y suplicante y del dolor del corazón convertido que se abre a la esperanza. Una Cuaresma, la de este año 2010, inmersa en la preparación de la J.M.J. 2011 y en la pastoral de la familia, que deberíamos vivir juntos todos los miembros de la Iglesia diocesana como Familia de Dios, como hijos suyos, empeñados en superar ese humanismo materialista, tan de moda, que, por excluir a Dios, condena al fracaso todo intento, por muy bien intencionado que se le suponga, de salir de la encrucijada crítica en la que están inmersas las personas y la sociedad en el momento presente. Un humanismo, que por ser inhumano, como enseña Benedicto XVI, no es capaz de liberar de los lazos del egocentrismo a la persona humana. Sólo “el amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos” (C.V. 78).
A María Santísima, Madre del Señor y Madre nuestra, Virgen de La Almudena, dirigimos confiados nuestra mirada interior y las súplicas del corazón, para poder emprender, el próximo Miércoles de Ceniza, el nuevo camino cuaresmal con la conciencia eclesial y social, despierta, tal como nos lo reclaman “los signos de los tiempos”.
Con todo afecto y mi bendición,
+ Antonio Mª Rouco Varela
Cardenal-Arzobispo de Madrid
Moisés condujo a los hebreos desde la esclavitud de Egipto hacia la libertad de la Tierra Prometida. Durante 40 años, erraron por el desierto. La temporada de Cuaresma dura sólo 40 días
simbólicos, pero, si vivimos su espíritu con provecho, debe significar un Éxodo también para nosotros, pues la Cuaresma nos desafía a salir de nosotros mismos para que podamos abrirnos —con un
confiado abandono— al abrazo misericordioso de nuestro Padre amoroso y compasivo.
Al mismo tiempo, la observancia provechosa de la Cuaresma nos ayudará a abrirnos a otros en sus necesidades, de modo que, habiendo experimentado la misericordia de Dios, aprendamos cómo ser
misericordiosos. La Cuaresma, por lo tanto, es un llamado para que aquellos de nosotros que nos hemos centrado excesivamente en nosotros mismos, que nos hemos vuelto demasiado conscientes de
nosotros mismos, nos centremos más en Cristo y nos volvamos más conscientes de Cristo.
Nuestra jornada cuaresmal es también una conmemoración de nuestro bautismo. El bautismo, es un “paso” o sea “pascua” de la muerte hacia la vida, de la esclavitud hacia la libertad, del “Egipto”
de este mundo hacia la Tierra Prometida del reino de Dios. Haber querido ser bautizado fue haber querido ser santo. Por esta razón, en el Domingo de Pascua todos seremos llamados a renovar
nuestras promesas bautismales. Renovar nuestras promesas bautismales, por lo tanto, significa volver a comprometernos con esa búsqueda de la santidad que debe ser lo que nuestra vida en Cristo
signifique para nosotros como cristianos, como católicos. Si buscamos la santidad, como el Papa Juan Pablo II nos recordó, entonces “sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre,
vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial.” Con ese fin, la Iglesia nos propone algunas tareas específicas durante estos 40 días: orar, ayunar y dar limosnas. Yo diría que
estas tres tareas son como las patas de un trípode: nuestra observancia de la Cuaresma debe apoyarse en las tres patas. Mediante la oración, el ayuno y las limosnas, debemos trabajar para
resolver “aquellos contrasentidos” de nuestra vida que nos apartan de la búsqueda de la santidad.
Tenemos que orar —pues toda relación sólo puede crecer mediante la comunicación. Nuestra amistad con Dios se enfriará si no Le hablamos en ese diálogo que es la oración.
Tenemos que ayunar —pues antes de que podamos decirle “sí” a cualquier cosa o a cualquier persona, tenemos que ser capaces de decirnos “no” a nosotros mismos; de otro modo, nuestros apetitos
derrotarán a todas nuestras buenas intenciones.
Y tenemos que dar limosnas, incluso cuando —y quizás especialmente cuando— los pronósticos económicos sigan siendo un poco sombríos. Dar limosnas es una manera específica de ayudar a los
necesitados, a aquellos que han sido más afectados que nosotros por los reveses económicos. Es también una forma de abnegación que nos libera de nuestro apego a los bienes terrenales. Después de
todo, no somos los dueños, sino los administradores de todos los bienes que poseemos.
La campaña ABCD, que da apoyo a las obras corporales y espirituales de misericordia en nuestra Arquidiócesis, es una de las maneras en que podemos distribuir nuestras limosnas. Apoyar la campaña
ABCD puede ser una forma eficaz de dar limosnas durante la Cuaresma, y a lo largo del año.
Decirnos “no” a nosotros mismos mediante algún tipo de ayuno y de limosnas durante la Cuaresma, decir “no” al hábito de pecar mediante la confesión durante esta Cuaresma, no es sino ayudarnos
nosotros mismos a decirle “sí” a Dios, “sí” a su misericordia y su compasión, “sí” a Su plan para nuestras vidas —que consiste en liberarnos de la esclavitud del pecado para que recibamos la
promesa de la nueva vida de la gracia.
Durante el Éxodo de esta Cuaresma, miremos fijamente la imagen de Cristo traspasado en la cruz por nuestros pecados. Es desde la cruz, al dar su “sí” al Padre, Jesús nos revela en toda su
plenitud el poder de la misericordia y el amor de nuestro Padre celestial. Su cruz sigue siendo el único medio para que hagamos ese “paso” hacia el misterio de Su misericordia y de Su amor —pues
sólo a través de Él, con Él y en Él, gracias al agua y la sangre que se derramaron de su costado, nos reconciliamos con el Padre y alcanzamos el perdón de nuestros pecados.
El vocablo teutón Lent, que se utiliza en inglés para designar los cuarenta días de ayuno anteriores a la Pascua, originalmente significaba nada más que la estación de primavera. Sin embargo, se ha utilizado desde la época anglosajona para traducir el término en latín más significativo quadragesima(francés: carême; italiano: quaresima; español: cuaresma), de mayor precisión que significa "cuarenta días", o, más literalmente, "el cuadragésimo día". Esta palabra, a su vez, imitaba el nombre griego de la Cuaresma, tessarakoste, (cuadragésimo), una palabra formada por la analogía conPentecostés (pentekoste), que en el pasado se usaba para designar la fiesta judía anterior al Nuevo Testamento. Esta etimología, como veremos, es de cierta importancia para explicar el desarrollo temprano del ayuno oriental.
Ya en el siglo V algunos Padres apoyaban la opinión de que este ayuno de cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (m. 461) exhorta a sus oyentes a abstenersepara que "con sus ayunos puedan cumplir con la institución apostólica de los cuarenta días" ---ut apostolica institutio quadraginta dierum jejuniis impleatur (P.L., LIV, 633), y elhistoriador Sócrates (m. 433) y San Jerónimo (m. 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).
Pero los mejores eruditos modernos son casi unánimes en el rechazo de este punto de vista, ya que en los documentos existentes de los primeros tres siglos encontramos tanto una considerable diversidad de prácticas en lo tocante al ayunoanterior a la Pascua, y también un proceso gradual de desarrollo en materia de su duración. El pasaje más importante es uno citado por Eusebio (Hist. Ecl. V, 24) de una carta de San Ireneoal Papa Víctor con relación a la Controversia Pascual. En ella Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de lafecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. "Pues”, continúa, “algunos piensan que deben ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros incluso durante varios, mientras que otros cuentan cuarenta horas del día y la noche, para su ayuno.” También alega que esta variedad de usos tiene un origen muy antiguo, lo que implica que no pudo haber habido una tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, quien tradujo a Eusebio al latín hacia fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntuación en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayunaban durante cuarenta días. Anteriormente existía alguna diferencia de opinión en cuanto a la lectura correcta, pero la crítica moderna (por ejemplo, la edición de Schwartz comisionada por la Academia de Berlín) se pronuncia fuertemente a favor del texto traducido anteriormente. Podemos, entonces, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.
La misma conclusión se puede obtener a partir del lenguaje deTertuliano sólo unos pocos años más tarde. Éste, en sus escritos como montanista, contrasta el tiempo breve del ayunoobservado por los católicos (es decir, "los días cuando el novio les será arrebatado", que probablemente se referían al Viernes ySábado de la Semana Santa) con el período más largo, aunque aún restringido, de una quincena, que observaban los montanistas. Sin duda se refería a un ayuno muy estricto (xerophagiæ: ayunos secos), pero no hay ninguna indicación en sus obras ---aunque escribió todo un tratado "De jejunio", y con frecuencia toca el asunto en otras obras--- de que estuviese familiarizado con un período de cuarenta días consagrados a un ayuno más o menos continuo (VeaTertuliano, "De jejunio", II y XIV; "De Oratione", XVIII, etc.).
Y hay el mismo silencio observable en todos los Padres pre-nicenos, aunque muchos tuvieron ocasión de mencionar tal institución apostólica si hubiese existido. Podemos notar, por ejemplo, que no hay mención de la Cuaresma en San Dionisio de Alejandría (ed. Feltoe, 94 ss.) ni en la "Didascalia", la cualFunk atribuye a cerca del año 250; sin embargo, ambos hablan abundantemente del ayuno pascual.
Existen datos que sugieren que la Iglesia en la era apostólicaconmemoraba la Resurrección de Jesucristo no con una celebración anual, sino semanal (Vea "The Month", abril 1910, 377 ss.). Si esto es así, la liturgia del domingo constituía el recuerdo semanal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de la Muerte de Cristo. Esa teoría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos que existía en la última parte del siglo II respecto al tiempo adecuado para observar laPascua, y también a la manera del ayuno pascual. Loscristianos eran unánimes en cuanto a la observancia semanal del domingo y del viernes, lo cual era primitivo, pero la fiestaanual de la Pascua constituyó algo superpuesto por un proceso de desarrollo natural, y fue muy influenciado por las condiciones localmente existentes en las diferentes iglesias de Oriente yOccidente. Por otra parte, con la fiesta de Pascua parece también haberse establecido un ayuno preparatorio, el cual todavía no duraba más de una semana en ningún lugar, pero de carácter muy severo, que conmemoraba la Pasión, o más generalmente, "los días en los que les sería arrebatado el novio".
Sea como fuere, ya para los albores del siglo IV encontramos la primera mención del término tessarakoste. Aparece en el quintocanon del Primer Concilio de Nicea (325 d.C.), donde sólo se discute el tiempo apropiado para llevar a cabo un sínodo; y es concebible que se pueda referir no a un período sino a una fiesta definida, por ejemplo, la Fiesta de la Ascensión, o laPurificación, a la cual Ætheria llama quadragesimae deEpiphania. Pero debemos recordar que el vocablo antiguo,pentekoste (Pentecostés), de designar el quincuagésimo día, había llegado a denotar la totalidad del período (al que deberíamos llamar tiempo pascual) entre el Domingo de Pascua hasta el de Pentecostés (cf. Tertuliano, "De idolatria", XIV, --- “pentecosten implere non poterunt”). Como quiera que sea, lo cierto es que, de acuerdo a las "Cartas Festales" de San Atanasio, que en el año 331 este santo le ordenó a sus fielesun período de cuarenta días de un ayuno preliminar a, pero no inclusivo de, el ayuno más estricto de la Semana Santa; y en segundo lugar, que en 339 el mismo Padre, después de haber viajado a Roma y por la mayor parte de Europa, escribió en los más enérgicos términos para instar a su observancia al pueblo de Alejandría, como una que se practicaba universalmente, “a fin de que mientras todo el mundo esté ayunando, nosotros en Egipto no seamos el hazmerreír como el único pueblo que no ayuna sino que nos dedicamos al placer”. Aunque Funk anteriormente sostuvo que la Cuaresma de cuarenta días no se conocía en Occidente antes de la época de San Ambrosio, esta es una evidencia que no puede echarse a un lado.
El ejemplo de Moisés, Elías y Cristo debe haber constituido una gran influencia al fijar el tiempo de cuarenta días. Aunque también es posible que se reflexionara en el hecho de que Cristo duró cuarenta horas en la tumba (actualmente, siguiendo la tradición, la atención se pone más sobre los 40 años de Israel en el desierto y los cuarenta días de ayuno de Jesucristo en el desierto al inicio de su vida pública. Cfr. número 540 del Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.). Por otra parte, así como Pentecostés (cincuenta días) era el período durante el cual los cristianos se regocijaban y oraban de pie, a pesar de no estar siempre dedicados a esa oración, del mismo modo la Cuadragésima (cuarenta días) era originalmente un tiempo caracterizado por el ayuno, pero no significaba ello que los fieles deberían ayunar a todo lo largo del mismo. (Eusebio de Ceárea, en el año 332, en el texto mencionado más arriba, escribe lo siguiente acerca del significado de la Cuaresma, su ayuno y las festividades post-pascuales: "Después de Pascua, pues, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua. El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo", N.T.). De todos modos, para muchas comunidades ese principio no era siempre bien entendido y el resultado de ello era una diferencia en la práctica. En la Roma del siglo V, la Cuaresma duraba seis semanas, pero según el historiador Sócrates, sólo tres de ellas se dedicaban al ayuno y de ellas quedaban excluidos los sábados y domingos y, si confiamos en la opinión de Duchesne, esas semanas no eran continuas, sino la primera, cuarta y quinta de la serie, por su relación con las ordenaciones (Christian Worship, 243). Muy posiblemente, sin embargo, esas semanas tenían que ver con los "escrutinios" preparatorios del bautismo, ya que, según algunas autoridades (e.g., A.J. Maclean en "Recent Discoveries"), la obligación de ayunar junto con los candidatos al bautismo es resaltada como la influencia principal para el desarrollo de los cuarenta días. Empero, en todo el Oriente, con algunas excepciones, prevaleció el formato explicado en las "Cartas Festales" de San Atanasio y que cundió en Alejandría, a saber: las seis semanas de la Cuaresma eran sólo la preparación para un ayuno sumamente estricto que se observaba durante la Semana Santa. (Acerca del sentido del ayuno cuaresmal, San Atanasio, en una de esas "cartas festales" enseña lo siguiente: "Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egipto. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua". N.T.). Esto queda confirmado por la "Constituciones Apostólicas" (V, 13) y presupuesto por San Juan Crisóstomo (Homiliae, XXX sobre Gn 1). Habiendo sentado ya sus reales, el número cuarenta produjo otras modificaciones. A algunos les pareció necesario que no solamente hubiera ayunos a lo largo de los cuarenta días, sino que fueran cuarenta días de ayuno. De ese modo encontramos que Ætheria, en su "Peregrinatio", habla de que en Jerusalén se tenía una Cuaresma de ocho semanas, de las que, excluidos sábados y domingos, nos da cinco veces ocho, i.e., cuarenta días de ayuno. En otras localidades, por otro lado, la gente se contentaba con un tiempo no mayor de seis semanas, ayunando únicamente cinco días a la semana, como ocurría en Milán, a la usanza oriental (Ambrosio, "De Elia et Jejunio", 10). En tiempos de Gregorio Magno (590-604) en Roma se utilizaban seis semanas de cinco días cada una, haciendo un total de 36 días de ayuno, las que San Gregorio, seguido después por muchos autores medievales, describe como el diezmo espiritual del año, ya que 36 días equivalen aproximadamente a la décima parte de 365. Más tarde, el deseo de cuadrar perfectamente los cuarenta días llevó a la práctica de comenzar la Cuaresma a partir de nuestro actual Miércoles de Ceniza, aunque la iglesia de Milán, hasta el día de hoy se adhiere al formato primitivo, que aún se nota en el Misal Romano cuando el celebrante, durante la Misa del primer domingo de Cuaresma, habla de "sacrificium quadragesimalis initii", el sacrificio del inicio de la Cuaresma (La versión actual española de la oración sobre las ofrendas para ese domingo dice: "...el santo tiempo de la Cuaresma, que estamos iniciando.", N.T.)
La divergencia respecto a la naturaleza del ayuno tampoco fue menor. Por ejemplo, el historiador Sócrates (Historia Ecclesiatica, V, 22) nos describe la práctica del siglo V: "Algunos se abstienen de cualquier tipo de creatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos sólo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona (15:00 horas), toman alimentos variados". En medio de tal diversidad no faltó quien se inclinara por los extremos del rigor. Epifanio, Paladio y el autor de "La vida de Santa Melania la Joven" parecen ser testigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas o más sin alimento alguno, sobre todo durante la Semana Santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la Cuaresma con una o dos comidas semanales exclusivamente (Cfr. Rampolla, "Vita di S. Melania Giuniore", apéndice XXV, p. 478). La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, en la tarde, con la total prohibición de tomar, en los primeros siglos, carne y vino. En la Semana Santa, o al menos el Viernes Santo, era común hacer el ayuno llamado xerophagiæ, i,e., una dieta de alimentos secos, pan, sal y vegetales. No parece que hubiesen estado originalmente prohibidos los lacticinia, como parece corroborar el citado pasaje de Sócrates. Más aún, en una época posterior, Beda nos habla del obispo Cedda, quien en Cuaresma sólo hacía una comida al día, consistente en un poco de pan, un huevo de gallina y un poco de leche mezclada con agua" (Historia Ecclesiastica III, 23). Por el contrario, Teodulfo de Orleans, en el siglo VIII, consideraba la abstinencia de huevos, queso y pescado como señal de una virtud excepcional. San Gregorio, en una carta a San Agustín de Inglaterra, fija la norma: "Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos". Esta decisión quedó después incorporada al "Corpus Juris", y se considera ya como ley general en la Iglesia. Pero fueron aceptadas ciertas excepciones, y con frecuencia se concedían dispensas para consumir "lacticinia", a condición de dar alguna contribución a una obra de caridad. Tales dispensas eran conocidas en Alemania como Butterbriefe (Cartas de, o acerca de, la mantequilla; Butter significa mantequilla en alemán. N.T.), y se dice que varios templos fueron construidos con las sumas recogidas de esa manera. Una de las torres de la catedral de Rouen era conocida, por esa razón, como la "Torre de la Mantequilla". Esta prohibición de comer huevos y leche en Cuaresma se ha perpetuado en la costumbre popular de bendecir o regalar huevos de Pascua y en la costumbre inglesa de comer pastelillos el Martes de Carnaval.
Por lo dicho antes podemos afirmar que en la temprana Edad Media, a lo largo de la mayor parte de la Iglesia Occidental, la Cuaresma consistía en cuarenta días de ayuno, y seis domingos. Desde el inicio de esa temporada, hasta su final, quedaban prohibidos la carne y los "lacticinia", incluso los domingos, y durante los días de ayuno sólo se hacía una comida al día, la que no podía realizarse antes de oscurecer. Pero ya en una época muy temprana (encontramos la primera mención de esto en Sócrates), se comenzó a tolerar la práctica de romper el ayuno a la hora de nona, o sea a las tres de la tarde. Sabemos, en particular, que Carlomagno, alrededor del año 800, tomaba su refacción cuaresmal a las 2 de la tarde. Este gradual adelanto de la hora de cenar se facilitó por el hecho de que las horas canónicas de nona, vísperas, etc., más que representar puntos fijos de tiempo, representaban espacios de tiempo. La hora novena, o nona, estrictamente significaba las tres de la tarde, pero el oficio de nona podía ser recitado a la misma hora de sexta, que, lógicamente, correspondía a la hora sexta, mediodía. De tal modo, se llegó a pensar que la hora nona empezaba a mediodía, y ese punto de vista se ha conservado en la palabra inglesa noon, que viene a significar el tiempo entre mediodía y las tres de la tarde. La hora de romper el ayuno cuaresmal era después de vísperas (el ritual vespertino), pero gracias a un proceso gradual, el rezo de vísperas se anticipó más y más hasta que se reconoció oficialmente el principio, vigente hasta hoy día, de que las vísperas de Cuaresma podrían ser rezadas a mediodía. De ese modo, si bien el autor del "Micrologus" del siglo XI aún afirmaba que quienes tomaran alimentos antes del anochecer no ayunaban de acuerdo a los cánones (P.L., CLI, 1013), ya para los inicios del siglo XIII algunos teólogos, como el franciscano Richard Middleton, quien basa su decisión en la usanza de su tiempo, afirma que aquel hombre que cene a mediodía no rompe el ayuno cuaresmal. Todavía más material fue el relajamiento causado por la introducción de la "colación". Esta perece haber comenzado en el siglo IX, cuando el Concilio de Aix la Chapelle autorizó la concesión, aún para los monasterios, de un trago de agua u otra bebida al atardecer para aquellos que estuviesen fatigados por el trabajo manual del día. De este pequeño inicio se desarrolló una mayor indulgencia. El principio de la parvitas materiae, o sea, que una cantidad pequeña de alimento no rompe el ayuno mientras no sea tomada como parte de una comida, fue adoptado por Santo Tomás de Aquino y otros teólogos. A lo largo de los siglos se reconoció que una cantidad fija de comida sólida, menor de seis onzas, podía ser tomada después de la bebida del mediodía. Puesto que esa bebida vespertina, cuando se comenzó a tolerar en los monasterios del siglo IX, se tomaba a la hora en que se leían en voz alta las "collationes" (conferencias) del Abad Casiano a los hermanos, esta pequeña indulgencia llegó a ser conocida como "colación", y así se ha llamado desde entonces. Otro tipo de mitigaciones, de naturaleza más substancial, se ha introducido en la observancia de la Cuaresma durante el curso de los últimos siglos. Para comenzar, se ha tolerado la costumbre de tomar una taza de líquido (por ejemplo, café, té e incluso chocolate) con un trozo de pan o una tostada temprano en la mañana. Y en lo que toca más de cerca de la Cuaresma, la Santa Sede ha concedido sucesivos indultos para permitir la carne como alimento en la comida principal, primero los domingos y después en dos, tres, cuatro y cinco días a la semana, hasta casi abarcar todo el período. Más recientemente, el Jueves Santo, en el que siempre se había prohibido la carne, ha venido a ser beneficiario de la misma indulgencia. En los Estados Unidos, por concesión de la Santa Sede, se ha logrado que los trabajadores y sus familias coman carne todos los días, excepto los viernes, el Miércoles de Ceniza, el Sábado Santo y la Vigilia de Navidad. La única compensación para tanta mitigación es la prohibición de tomar carne y pescado simultáneamente en la misma comida. (Véase Abstinencia, Ayuno, Impedimentos, Canónico (III), Domingo Laetare, Septuagésima, Sexagésima, Quincuagésima, Quadragésima, Ornamentos).
(La legislación actual de la Iglesia, según el Código de Derecho Canónico vigente desde el 25 de enero de 1983, señala en sus artículos 1249-1253, la obligación de ayunar y abstenerse de ciertos
alimentos. El ayuno sólo obliga el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; la abstinencia de carne, u otro alimento señalado por las conferencias episcopales, todos los viernes y el tiempo de
Cuaresma. Cfr. También el Catecismo de la Iglesia Católica, número 1438. Acerca de la percepción actual del sentido de la Cuaresma y el Adviento, el otro "tiempo fuerte", penitencial, de la
Iglesia, cfr. Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, nos. 102-106; 109-110. N.T.)
Fuente: Thurston, Herbert. "Lent." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910. 22 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/09152a.htm>.
Traducido por Javier Algara Cossío
La Semana Santa es aquella que precede a la gran festividad de la Resurrección, el Domingo de Pascua. En ella se conmemora la Pasión de Cristo y el evento que condujo a ella directamente. En latín se le llama hebdomada major, o menos comúnmente, hebdomada sancta, titulándola también he hagia kai megale ebdomas (la semana santa y grande, N.T.). De modo parecido, en la mayor parte de los lenguajes modernos (excepción hecha de la palabra alemana Charwoche, que parece significar "la semana de las lamentaciones") el intervalo de tiempo entre el Domingo de Ramos y la Pascua se conoce como Semana Santa.
Del estudio atento de los Evangelios, particularmente San Juan, se puede deducir fácilmente que ya en tiempos apostólicos se daba cierto énfasis al recuerdo de la última semana de la vida mortal de Jesucristo. La cena en Betania debe haber tenido lugar el sábado, "seis días antes de la Pascua" (Jn. 12, 1-2), y la entrada triunfal a Jerusalén partió de ese lugar la mañana siguiente. Tenemos un registro bastante detallado de las palabras y acciones de Cristo desde ese evento hasta la Crucifixión. Mas no sabemos con certeza si esa percepción de la santidad de esos días es algo que viene desde el inicio o no, aunque ya existía con seguridad a fines del siglo IV en Jerusalén, pues la Peregrinación de Ætheria contiene una descripción muy detallada de toda la semana, comenzando con el ritual en el "Lazarium" de Betania el sábado, durante el cual se leía la narración de la unción de los pies de Cristo. Al día siguiente, que - en palabras de Ætheria- "marcaba el inicio de la semana de Pascua, a la que aquí llaman "la Gran Semana", el archidiácono dirigía al pueblo un recordatorio especial: "Durante toda la semana, a partir de mañana, reunámonos en el Martyrium, o sea, en la iglesia grande, a la hora nona". La conmemoración de la entrada triunfal de Cristo a la ciudad tenía lugar esa misma tarde. Grandes multitudes, que incluían a niños muy pequeños para caminar, se congregaban en el Monte de los Olivos, donde cantaban himnos y antífonas y escuchaban lecturas, para volver luego en procesión a Jerusalén, acompañando al obispo y llevando palmas y ramas de olivo delante de él. Se mencionan ritos especiales, además del oficio diario, para cada uno de esos días. El jueves ya entrada la tarde se celebraba la liturgia; todos comulgaban. Enseguida la gente se dirigía al Monte de los Olivos a conmemorar con lecturas e himnos apropiados la agonía y el prendimiento de Cristo en el huerto. Volvían a la ciudad al clarear la mañana del viernes. Este día también había ritos, entre los que destaca, antes del mediodía, la veneración de las reliquias de la verdadera Cruz y del letrero que había sido clavado en ella. Pasada esa hora, se realizaba otra ceremonia, que duraba tres horas, en la que se conmemoraba la Pasión de Cristo y en la que, según narra Ætheria, los llantos y lamentos de la gente superaban cualquier descripción. Si bien deben haber estado cansados, los más jóvenes de entre los fieles y el clero guardaban vigilia esa noche. El sábado, además de los ritos ordinarios celebrados durante el día, se celebraba en la noche la gran vigilia pascual, en la que se tenía el bautismo de niños y catecúmenos. Pero esto, como sugiere Ætheria, ya era algo conocido en Occidente. La descripción que acabamos de resumir pertenece probablemente al año 388 y tiene un altísimo valor en cuanto procede de una peregrina, testigo que había indudablemente participado en los ritos y los había observado atentamente. Empero, la observancia de la Semana Santa como una conmemoración sagrada especial debe ser considerablemente más antigua. En la primera de sus Cartas Festales, escrita en el año 329, San Atanasio de Alejandría habla del estricto ayuno que se guardaba durante "esos seis santos y grandiosos días [antes del Domingo de Pascua] que simbolizan la creación del mundo". Él se refiere, aparentemente, a algún antiguo simbolismo que extrañamente reaparece en el Martirologio Anglosajón en tiempos del Rey Alfredo. Poco después escribe: "El décimo día de Pharmuti comenzamos la semana santa de la gran Pascua, en la que debemos observar oraciones más prolongadas, ayunos y vigilancia, para que podamos ungir nuestros umbrales con la preciosa sangre y escapar del destructor". De esta y otras parecidas referencias, e.gr., en San Crisóstomo, las Constituciones Apostólicas y otras fuentes, incluyendo un edicto de Constantino, de dudosa autenticidad, que proclama que los asuntos públicos deberían ser suspendidos durante la Semana Santa, parece probable que ya para el fin del siglo IV d.C. se hubiese adoptado a lo ancho del mundo cristiano algún tipo de observancia de esos seis días, a través de ayunos y oraciones. Es incluso muy probable que un ayuno de mayor severidad haya sido anterior a eso, puesto que Dionisio de Alejandría (alrededor del 260 d.C.) habla de algunas personas que pasaban los seis días sin probar alimento (véase CUARESMA). Esa semana también se conocía con el nombre de la semana del ayuno seco (xerophagia), y algunas de sus costumbres quizás hayan sido influenciadas por una errónea etimología de la palabra Pasch, de uso común entre los griegos. La palabra Pasch procede realmente de una palabra hebrea (pesach) que significa "paso" (del ángel destructor), pero los griegos pensaron que era igual a paschein, padecer.
(Es indispensable, para ubicar el resto del presente artículo en la enseñanza y práctica actual de la Iglesia, referirse por lo menos a la Constitución Dogmática "Sacrosantum Concilium" del Concilio Vaticano II y a las directivas dadas por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en el documento "De la preparación y celebración de las fiestas pascuales", especialmente del número 22 al 99, N.T.) Podemos ahora hablar de algunas de las características litúrgicas distintivas de la Semana Santa en nuestro tiempo. En primer lugar viene el Domingo de Ramos, y si bien en nuestro Misal Romano no queda ningún recuerdo de la cena en Betania, ni de la visita al "Lazarium", en ciertos antiguos libros gálicos nos encontramos que el día anterior, sábado, era conocido como "Sábado de Lázaro", y que el mismo Domingo de Ramos era a veces llamado por los griegos kyriake tou Lazarou (domingo de Lázaro). El evento central de la ceremonia de este día, como lo era en tiempos de Ætheria, era la procesión de las palmas. Quizás la mención más antigua de esta procesión en Occidente es la que se encuentra en el "Liber Ordinum" español (véase Férotin, "Monumenta Liturgica", V, 179), pero también hay huellas de parecidas celebraciones en Aldhelm y Beda, así como en el Misal de Bobbio y el Sacramental Gregoriano. Todos los rituales anteriores parecen suponer que las palmas se bendecían en un lugar aparte (e.gr., algún promontorio o algún otro templo de la misma población) y que eran llevadas en procesión al templo principal, al que se entraba con cierta ceremonia y posteriormente se celebraba la misa solemne. Es muy probable, como bien señala el Canónigo Callewaert (Collationes Brugenses, 1907, 200-212), que este ritual encarnara un recuerdo vivo de la práctica descrita por Ætheria en Jerusalén. Gradualmente, sin embargo, en la Edad Media se comenzó la costumbre de construir una estación, a una distancia corta, quizás junto a la cruz atrial, que era adornada con relieves de ramas de siempreviva (crux buxata, del latín buxus, un arbusto de siempreviva), y de ahí proseguía la procesión a la iglesia. Las costumbres de cada localidad modificaban los detalles del ceremonial de esa procesión. Lo que sí parecía ser una característica constante era el canto del "Gloria laus", un himno probablemente compuesto para una ocasión semejante por Teodulfo de Orleans (cercano al 810 d.C.). Menos prevalente era la costumbre de portar al Santísimo Sacramento en un tabernáculo portátil. La más antigua mención de esta práctica se encuentra entre las costumbres recopiladas por el arzobispo Lafranc para los monjes de Christ Church, Canterbury. En Alemania y otras regiones del continente europeo, el modo de recordar la entrada de Cristo consistía ocasionalmente en arrastrar un asno de madera sobre ruedas (Palmesel) o, en otros sitios, en que el celebrante mismo montaba un asno. En Inglaterra y algunas partes de Francia la veneración de la cruz atrial o la del santuario, manifestada con genuflexiones y postraciones, se convirtió en el elemento principal del rito. Otra costumbre, la de esparcir flores o ramos de sauce y tejo delante de la procesión mientras ésta avanzaba en el atrio, terminó siendo malinterpretada en el curso de los años como un simple acto de respeto a los muertos. Es por ello que la práctica de "florear las tumbas" el Domingo de Ramos aún se conserva en muchas regiones de Inglaterra y Gales. En cuanto a la forma de bendecir las palmas, en el Misal Romano actual, y en la mayoría de los libros anteriores, algo que se asemeja a un propio de la Misa completo: introito, colecta, gradual, prefacio y otras oraciones. Quizás no sea del todo descabellado conjeturar que ello puede representar el esqueleto de una misa de consagración que antiguamente se decía en la estación de la que partía la procesión. Mas esta postura no cuenta con mucha evidencia positiva que la apoye y ha sido debatida (véase Callewaert, loc. cit.). Es probable que originalmente las palmas únicamente se bendecían con vistas a la procesión, pero la última forma de bendición parece sugerir claramente que las palmas debían guardarse como sacramentales y portadas por los fieles. La única otra característica notable del actual Domingo de Ramos es la lectura del Evangelio de la Pasión. Al igual que el Viernes Santo, y el martes y miércoles de la Semana Santa, siempre que se celebra misa solemne, la Pasión es cantada por tres diáconos que representa, respectivamente, al evangelista (cronista), a Jesucristo y a los demás interlocutores (sinagoga). Esta división de la Pasión entre tres personajes es algo muy antiguo, y frecuentemente se indica con letras rojas en los manuscritos del Evangelio. Uno de esos manuscritos, en Durham, que contempla sólo dos lectores, no puede ser de época posterior al siglo VIII. En tiempos más remotos otras actividades rodeaban el Domingo de Ramos, entre las que destacan los escrutinios de los catecúmenos (véase CATECÚMENO, III, 431) y cierta relajación de la penitencia, por lo que a veces se le llama Dominica indulgentiae.
El Oficio Divino y las misas celebradas durante la Semana Santa no difieren notablemente del Oficio y misas de otras temporadas penitenciales ni de las de la Semana de Pasión. Pero ha sido tradicional en todos los templos rezar los maitines y laudes a cierta hora de la tarde o noche del día anterior, de modo que pueda asistir el mayor número posible de fieles. El Oficio en si mismo es de un tipo muy primitivo en el que no se incluyen himnos y ciertas fórmulas suplementarias, pero el detalle exterior más notable del ritual, aparte del hermoso canto por el que las Lamentaciones de Jeremías son proclamadas como lecturas, es el de apagar gradualmente, mientras avanza el rito, las quince velas en el Túmulo de Tinieblas, o candelero triangular. Al fin del Benedictus de los laudes sólo queda encendida la vela superior, tipificando a Jesucristo, para ser retirada posteriormente y escondida tras el altar mientras se canta el Miserere y se dice la colecta. Al concluir, luego de producirse un ruido muy fuerte, que representa la convulsión de la naturaleza ante la muerte de Cristo, la vela es colocada de nuevo en su sitio y la comunidad se retira. A causa del obscurecimiento paulatino, esta ceremonia se ha conocido, desde el siglo IX, o quizás antes, como "Tenebrae" (tinieblas). Las Tinieblas se entonan en la noche del miércoles, jueves y viernes, con antífonas y lecturas propias que varían cada día. El Jueves Santo, cuyo nombre en inglés es Maundy Thursday, derivado de la primera palabra- mandatum- del Oficio del lavatorio de los pies, se conoce en las liturgias occidentales como "In coena Domini" (en la cena del Señor). Esta ceremonia constituye la parte central del día y es la más antigua de cuantas tenemos registradas explícitamente. San Agustín nos informa que ese día la misa y la comunión seguían a la cena, y que en esa ocasión no se ayunaba para recibir la comunión. La concepción original de la fiesta sobrevive hasta el día de hoy, al menos en el aspecto de que el clero no celebra misa individualmente sino que se le pide que comulguen junto con la comunidad cristiana, como comensales ante la mesa. La liturgia, vista como conmemoración de la institución del Santísimo Sacramento, se celebra con ornamentos blancos, en medio de cierta alegre solemnidad. Se canta el "Gloria in excelsis", durante lo cual se tocan todas las campanas, que luego permanecerán calladas hasta que se escuche el "Gloria" de la Vigilia Pascual el Sábado Santo en la noche. Es probable que el silencio de las campanas y la remoción de las velas, de las que se habló en el rito de tinieblas, deben remontarse a la misma fuente: un deseo de expresar exteriormente la sensación de duelo de la Iglesia durante las horas de la Pasión y sepultura de Cristo. La costumbre de guardar silencio durante esos tres días data por lo menos del siglo VIII, y en el mundo anglosajón se les conocía como "días quietos". Pero la vinculación del comienzo de este silencio y el toque de las campanas durante el Gloria sólo se hace visible en la Edad Media. En tiempos más recientes, la atención se centró en la reserva de una segunda hostia, consagrada en esa misa, para que sea consumida en la ceremonia de los "presantificados" el siguiente día. Dicha hostia es llevada en procesión solemne a un "altar de reposo" adornado con flores y alumbrado con multitud de velas, mientras se canta el himno "Pange lingua gloriosi corporis mysterium". En lo tocante a la consagración de hostias adicionales con objeto de guardarlas para la "misa de los presantificados", se debe decir que esta costumbre es muy antigua, mientras que los rituales que hoy día se celebran minuciosamente ante el altar son de más reciente creación. Un honor parecido se tributaba, durante el final de la Edad Media, al "Sepulcro oriental", pero ahí el Santísimo Sacramento se guardaba, más comúnmente, desde el Viernes al Domingo, o por lo menos hasta el Sábado en la noche, imitando el reposo del cuerpo de Cristo en la tumba. Para ello el jueves se consagraba una tercera hostia. En el así llamado "Sacramental Gelasiano", que probablemente represente las costumbres del siglo VII, se señalan tres misas distintas para el Jueves Santo. Una de ellas estaba relacionada con el orden (ritual) de la reconciliación de los penitentes (Véase MIÉRCOLES DE CENIZA), que por muchas generaciones permaneció como un detalle notable de las ceremonias de ese día y aún se conserva en el Pontificale Romanum. La segunda misa era la de la bendición de los Santos Óleos, una función importante que aún se conserva en las catedrales hasta nuestros días. Finalmente, el Jueves Santo siempre se ha distinguido por el ceremonial del mandato, el lavado de los pies, en memoria de la preparación de Cristo para la Última Cena, lo mismo que la remoción de los manteles del altar y su limpieza (Véase JUEVES SANTO). El Viernes Santo presenta hoy día una variedad de elementos distintos reunidos en una sola celebración. Antes que nada tenemos la lectura de tres grupos de lecturas seguidas de "oraciones de petición". Con toda probabilidad esto representa cierto tipo de ritual no litúrgico, muy antiguo, cuyas más extensas expresiones están en las liturgias ambrosianas y gálicas. El hecho de que la lectura del Evangelio corresponda a toda la pasión según San Juan es simplemente el detalle accidental de este día. En segundo lugar está la "adoración" de la Cruz, un ritual de parecida antigüedad, cuyas más remotas huellas se han encontrado en la narración de Ætheria sobre la Semana Santa de Jerusalén. Con esa veneración a la Cruz se asocian hoy día los "Improperia" (improperios, reproches) y el himno "Pange lingua gloriosi lauream certaminis". Los Improperios, a pesar de su curiosa mezcla de latín y griego- agios o theos; sanctus Deus, etc.- posiblemente no sean tan antiguos como sugieren Probst y otros. Si bien su antecesor más antiguo se encuentre en el Misal de Bobbio, no fue hasta el Pontifical de Prudencio, quien fue obispo de Troyes de 846 a 861, que ese ritual quedó claramente certificado (Edm. Bishop en "Downside Review", Dic. 1899). En la Edad Media el "arrastrarse a la Cruz" el Viernes Santo constituía una costumbre que inspiraba devoción especial y monarcas santos como San Luis Rey de Francia dejaron ejemplo notable de humildad al llevarla a cabo. El ritual del Viernes Santo termina con la así llamada "misa de los presantificados", que en realidad no es un verdadero sacrificio, sino, en sentido estricto, un simple rito de comunión. Los ministros sagrados, vestidos de ornamentos negros (morados, hoy día), van el altar del reposo para traer las hostias consagradas y, mientras retornan al altar, el coro entona el hermoso himno "Vexilla regis prodeunt", compuesto por Venancio Fortunato. Enseguida se pone vino en el cáliz y se realiza una especie de esqueleto de la misa, incluyendo la elevación de la hostia después del Padre Nuestro. Pero se omiten enteramente la gran oración consacratoria del canon, con las palabras de la institución. En la temprana Edad Media el Viernes Santo frecuentemente constituía un día de comunión general, pero actualmente sólo quienes estén en peligro de muerte pueden recibirla ese día. El Oficio de Tinieblas substituye los maitines y laudes del Sábado Santo, por lo que se cantan en la tarde del Viernes Santo, mientras el templo permanece desierto y ocultos sus adornos; sólo el crucifijo queda sin cubrir. Devociones tales como las "tres horas" del mediodía, o la "Maria desolata" ya entrada la noche, no tienen, por supuesto, carácter litúrgico (Véase VIERNES SANTO). A causa de la irresistible tendencia que se ha venido manifestando a lo largo de los siglos de adelantar la hora de su celebración, la ceremonia del Sábado Santo ha perdido mucho del significado e importancia de la que gozaba en los siglos de la cristiandad antigua. Originalmente se trataba de la gran Vigilia Pascual, o ceremonia de la espera vigilante, que se celebraba en las últimas horas del Sábado y que terminaban casi a media noche. La brevedad de la Misa de Pascua actual, así como de sus maitines, sólo guarda un recuerdo de la fatiga de esa vigilia nocturna con la que se daba fin a las austeridades de la Cuaresma. La consagración del fuego nuevo para alumbrar las linternas, la bendición del cirio pascual, con sus sugerencias de la noche que se convierte en día, y el recuerdo de las glorias de esa vigilia de la que sabemos que ya se celebraba en tiempos de Constantino, para no tener que hacer referencias más explícitas a "esta santísima noche" de la que hace mención la oración y el prefacio de la misa, todo nos hace concluir que es una incongruencia que la celebración se realice en el día, doce horas antes de poder decir, estrictamente hablando, que comienza la vigilia. El ritual de encender y bendecir el fuego nuevo es probablemente de origen céltico o pagano, que fue incorporado al ritual de la iglesia gálica en el siglo VIII. El magnífico "Praeconium paschale" (pregón pascual), titulado por su primera palabra, "Exultet", fue sin duda en sus orígenes, una improvisación del diácono que puede ser rastreado hasta tiempos de San Jerónimo o aún antes. Las profecías, la bendición de la fuente bautismal y la letanía de los santos deben ubicarse en lo que originalmente constituía el centro de la Vigilia Pascual, a saber, el bautismo de los catecúmenos, cuya preparación había sido llevada a cabo durante la Cuaresma, reforzada con intervalos frecuentes a base de los "escrutinios" de los que casi no queda huella en nuestra liturgia cuaresmal. Finalmente, la misa, con su gozoso Gloria, durante el cual se tañen todas las campanas, se quitan los velos a las estatuas y cuadros; los aleluyas triunfales, que marcan cada paso de la liturgia, todo proclama que la resurrección es un hecho. Las vísperas, incorporadas al cuerpo mismo de la misa, nos recuerdan una vez más que la noche estaba originalmente tan llena que no quedaba hora libre alguna para llevar a cabo el tributo diario de salmodia. En sentido estricto, tanto el Sábado como el Viernes santos son "alitúrgicos"; corresponden a los días en que el novio nos fue arrebatado. De ello quedan recuerdos que se manifiestan en el hecho de que, aparte de la muy esperada misa, el clero no puede en esos días recibir la comunión.
Bibliografía: PUNKER en Kirchenlexikon, s. v. Charwoche; CABROL, Le Livre de la Priere Antique (París, 1900), 252-57; THURSTON, Lent and Holy Week (Londres, 1904); MARTENE,
De Antiquis Ecclesiae Ritibus, III; KUTSCHKER, Die heiligen Gebrauche (1842); DUCHESNE, Christian Worship (tr., Londres, 1906); CANCELLIERI, Settimana Santa (Roma, 1808); KELLNER, Heortology
(Tr., Londres, 1908); VENABLES sobre la Semana Santa y otros artículos en Dictionary of Christian Antiquities. Los artículos sobre varios detalles, tales como, e.gr., el del Canónigo
CALLEWAERT sobre el Domingo de Ramos en las Collationes Brugenses (1906) o el de EDMUND BISHOP en Proceedings of the Society of St. Osmund, son demasiado numerosos para especificarlos aquí.
Fuente: Thurston, Herbert. "Holy Week." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. 19 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/07435a.htm>.
Traducido por Javier Algara Cossío.